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Novela: La baronesa desnuda", por Ramón Fernández Palmeral, Amazon. Un "thriller" sobre arte

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                                                  ((Esto no es un desnudo es un cuadro))

 Venta en Amazon impreso y Kindler ebook, 7,90 y 2.30 €

https://www.amazon.com/dp/B08NMKQJV9?ref_=pe_3052080_397514860

Un trágico “thriller” sobre arte, muy cinematográfico, ambientada en Alicante, Segovia, Pedraza y Madrid donde se citan a pintores como El Greco, Velázquez, Goya, el oriolano Joaquín Agrasot, el vasco Ignacio Zuloaga, en valenciano Joaquín Sorolla, los franceses Gauguin, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, el cordobés Julio Romero de Torres, Gutiérrez-Solana, Bernardo Ferrándiz, Muñoz Degrain, Picasso, Braque, Gisbert, Valera, Gastón Castelló, Baeza, Perezgil, Fernando Soria. Donde se citan los museos de Zumaya, Pedraza, Arte de Madrid y el Museo Nacional Reina Sofía. Es una novela corta de 152 páginas que resulta muy amena e instructiva sobre arte y las técnicas de falsificación y un final sorprendente.Ramón Fernández Palmeral es autor de ocho (8) novelas publicadas en Amazon. Y es autor de unos 40 libros de diferentes temas en la misma plataforma “onlines” y en LULU.

Novela escrita en español en Alicante (España)

A tragic “thriller” about art, very cinematographic, set in Alicante, Segovia, Pedraza and Madrid where painters such as El Greco, Velázquez, Goya, Joaquín Agrasot from Oriola, Ignacio Zuloaga from Basque, Joaquín Sorolla, the French in Valencian Gauguin, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Julio Romero de Torres, Gutiérrez-Solana, Bernardo Ferrándiz, Muñoz Degrain, Picasso, Braque, Gisbert, Valera, Gastón Castelló, Baeza, Perezgil, Fernando Soria from Cordoba. Where the museums of Zumaya, Pedraza, Arte de Madrid and the Museo Nacional Reina Sofía are mentioned. It is a short novel of 146 pages that is very entertaining and instructive about art and counterfeiting techniques and a surprising ending. Ramón Fernández Palmeral is the author of eight (8) novels published on Amazon. And he is the author of about 40 books on different topics on the same online platform and on LULU.




Francisco Brines, Premio Cervantes Un recorrido por su obra, por Pedro García Cueto, en Letralia

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Francisco Brines
Brines es uno de los referentes fundamentales de una lírica elegíaca donde la emoción y la importancia del paso del tiempo cobran especial relevancia. Fotografía: Levante-EMV

La obra de Francisco Brines (Oliva, 1932) es una de las más importantes del panorama poético actual, hombre arraigado a la poesía desde muy joven, gran amigo de Vicente Aleixandre, poeta perteneciente a la Generación de los cincuenta, junto a figuras tan importantes como Caballero Bonald o Ángel González, entre otros, comenzó su obra con Las brasas (1960), el cual ganó el Premio Adonáis, y posteriormente fue valedor del Premio de la Crítica por Palabras a la oscuridad.

En 1986 escribe, tras otros libros tan deslumbradores como Aún no (1971) o Insistencias en Luzbel (1977), una de sus obras más importantes, El otoño de las rosas, que ganará ese año el Premio Nacional de Poesía.

Brines inunda al poema de meditación desde Las brasas hasta su último libro a la fecha, La última costa.

Ha ganado el Premio Reina Sofía y ahora le llega el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras españolas, y sigue siendo uno de los poetas más prestigiosos de la poesía española contemporánea, uno de los referentes fundamentales de una lírica elegíaca donde la emoción y la importancia del paso del tiempo cobran especial relevancia.

Siempre se ha considerado deudor de poetas de la talla de Luis Cernuda, Vicente Aleixandre o Juan Gil-Albert, donde la palabra poética se ha convertido en todo un ejemplo ético y estético, donde el poema cobra especial relevancia como forma de reflexión vital, donde el hombre se encuentra con sus certidumbres y sus emociones esenciales.

Su importancia y trascendencia para la literatura española contemporánea está fuera de toda duda, siendo uno de los poetas más estudiados por investigadores extranjeros en la actualidad, además de uno de los más valorados por nuestros críticos y escritores, ya que refleja una obra madura y hermosa sobre la importancia de la infancia como etapa feliz de la vida y la relevancia del paso del tiempo en ese proceso de vivir que tanto ha preocupado al poeta valenciano.

 

La poesía de Francisco Brines

En sus poemas, y a lo largo de toda su vida, existe un paraíso llamado Elca, donde Brines ha soñado las cosas, ha transitado por las emociones y ha dejado afectos inolvidables.

Si para Cernuda España era, en su poesía, Sansueña, para Brines, Elca es la tierra valenciana, su Oliva natal, donde crecen los naranjos, la luz del mediodía, el esplendor entero de la huerta.

Para José Olivio Jiménez el tiempo es clave en la poesía de Brines y la belleza de las cosas que pasan, siempre tamizadas por el paisaje levantino: “Y como marco, la belleza y fragancia de la pródiga naturaleza levantina, en compañía —y fortalecimiento— de la humana fragilidad” (José Olivio Jiménez, La poesía de Francisco Brines, Renacimiento, Sevilla, 2001, p. 23).

Es cierto que Brines inunda al poema de meditación desde Las brasas hasta su último libro a la fecha, La última costa; si en el primero aparece el anciano que contempla al niño que fue, en el último la constatación de la vejez es plena, el tiempo ha pasado irremisiblemente.

Su poesía es también una continua reflexión sobre el absurdo de la vida, sobre su fantasmagórica realidad. Dice muy bien Francisco José Martín, en su estudio El sueño roto de la vida, lo siguiente: “La vida es un destino ciego, un fracaso. La vida es un don gratuito al que accedemos sin merecimiento alguno” (Francisco José Martín, El sueño roto de la vida, Aitana Editorial, 1977, p. 82).

En otra página de este libro dice algo muy revelador sobre la obra de Brines:

Lo que nos entrega Brines es la doble faz irreductible del mundo, su hermosura y su miseria. Situada en la antesala de la muerte, a la luz del crepúsculo, el poeta efectúa su homenaje y reproche a la vida (p. 87).

Todo ello, me lleva a interesarme por dos momentos claves en la poesía del valenciano: su primer libro, Las brasas (1960), y el último, La última costa (1995). En los treinta y cinco años que distancian a ambos, el poeta ha escrito sobre el tiempo, sobre la infancia perdida, sobre el amor que se escapa furtivamente de madrugada, sobre la luz del Mediterráneo, etc.

En Las brasas aparece el hombre viejo que le visita (recordemos que Brines era un joven poeta en ese momento). Ya aparece en el libro el tiempo, su hondura sobre las cosas, la certeza de la fugacidad de la vida, el efímero transcurrir de nuestros sueños. El poema que comento pertenece a “Poemas de la vida vieja” y dice: “El visitante me abrazó, de nuevo / era la juventud que regresaba / y se sentó conmigo” (vv. 1-3).

Si en ese momento hay lozanía (juventud), en los versos que siguen, como si el tiempo del día hubiese transcurrido dando lugar a la noche, el joven ya es viejo: “Vela el sillón la luna, y en la sala / se ven brillar los astros. Es un hombre / cansado de esperar, que tiene viejo / su torpe corazón, y que a los ojos / no le suben las lágrimas que siente” (vv. 15-19).

Desde el comienzo hasta el final hay todo un proceso existencial, sin olvidar que ese hombre que visita al poeta llevaba tristeza, la misma que anidaba en él:

Se contaba a sí mismo / las tristes cosas de su vida, casi / se repetía en él la triste vida (vv. 6-8).

Lo que nos dice el poeta valenciano es que ese visitante es él mismo, el cual se contempla desde el espejo del tiempo, tornando la vejez en juventud y viceversa. El poeta y, por ende, el ser humano, no puede cambiar el destino que la vida, en su fluir, nos va dejando.

Siempre aparecen en este libro las sombras, no es arbitrario el primer verso del poema II: “La sombra de la tierra va creciendo”, la noche: “sube los aires, y la noche queda / sobre el alto tejado de la casa” (vv. 2-3).

Para Brines es importante la luz, siguiendo la senda de los pintores valencianos.

También la sombra que interviene en la naturaleza afecta por igual al hombre y a su universo, para dejarnos un ámbito de tristeza: “Se ensombrece el naranjo, y azahares / huelen por el desván, pesan los muros / y el hombre que la habita se detiene / para pensar vanos recuerdos” (vv. 4-7).

Si nos fijamos en el último libro de Brines, La última costa (1995), el mundo del poeta no ha cambiado, es el mismo universo teñido de sombra donde el tiempo ha horadado toda su esencia. Lo expresa muy bien en el poema “Pérdida del Dios que fui”: “Fue aquella tarde un tizón, / y después fue violeta / todo el aire. Blancas luces / en el cielo destellaron. / Y ya oscuro / Larga noche. / Y al llegar la madrugada / del cuerpo nació la sombra” (vv. 1-8).

Como podemos ver, para Brines es importante la luz, siguiendo la senda de los pintores valencianos, ya que, en muchos de sus poemas, hay referencias al color (aquí violeta), pero predomina en el poema el destino adverso, a través de la larga noche, en ese itinerario que nos recuerda al mundo de San Juan de la Cruz en busca de la unión del alma con Dios. Pero aquí no hay fusión, sino renunciamiento, espejo del fracaso de la vida.

Y refleja todo ese mundo de esplendor que se convierte en nada en un bello poema titulado “El azul” (otra referencia al color), cuando dice: “Busqué el azul, perdí mi juventud. / Los cuerpos, como olas, se rompían / en arenas desiertas”. (vv. 1-3). La comparación de los cuerpos como olas nos empuja a la sensualidad mediterránea, a la belleza de un espacio único, donde no hay nadie que rompa la belleza del momento: “arenas desiertas”.

También el jardín, símbolo clave en su poesía (como lo fue también para César Simón, como comentaré en el estudio que le dedico), donde nacen las rosas, pero también la tentación carnal: “Hubo amor / en el rincón florido de mi jardín / clausurado” (vv. 3-5). ¿Por qué clausurado? Sin duda, es espejo del paso del tiempo que nos niega el amor.

Pero el final nos estremece: “Voy llegando al final. Ciega mis ojos / un desnudo azul iluminado” (vv. 7-8). Como vemos, ese azul no es otro que el universo que ya no se rinde a sus pies, sino que se muestra, triunfante, sobre nuestra pobre caducidad humana.

Siempre hay, como dije antes, en Brines luz y fulgor, desde Las brasas y en otros libros tan representativos de su obra como Aún no o Insistencias en Luzbel, sin olvidar el maravilloso El otoño de las rosas, pero también hay sombra, clara antítesis de las oposiciones claves en el ser humano: vida-muerte, dicha-dolor. Si es un “desolado azul iluminado” es que el destello pervive, continúa el fulgor de la Naturaleza, pero no el del hombre, condenado a no vivir eternamente.

Cito las palabras de David Pujante en su libro Belleza mojada, cuando dice acerca del poema “Pérdida del dios que fui”, perteneciente a La última costa algo que sirve para entender este cierre que supone el libro y que nos hace reconocer al mismo poeta que escribió Las brasas: “Sintetiza uno de los mitos básicos de la escritura de Brines, el del desengaño, el de la pérdida de la inocencia” y, a la vez, sintetiza, en expresión manifiesta, por primera vez, lo que hay tras su mitología escritural, la originaria lucha entre el yo oscuro y el yo social” (David Pujante, Belleza mojada, Renacimiento,2004, p. 283).

Y esa lucha que señala Pujante es la que mantenía el poeta en Las brasas entre el viajero y el vate, (el hombre social que conoce gente y el que permanece en la oscuridad de su casa, pero ambos tocados por el sino de la soledad, ya que no hay mayor soledad que la de aquel que viaja siempre, ni mayor desolación que la que siente el que contempla la vida de los demás a través de balcones (símbolo clave en la poesía de Brines), ya que refleja el espacio imposible de traspasar del interior al exterior).

Ese antagonismo, aparente, sólo conduce a un solo hombre, desdoblado entre el interior (el poeta que medita la vida) y el exterior (el viajero, ser social, que la vive sin vivirla en realidad). Son espejos que están marcados por el sino del destino trágico de la vida.

La relación entre los dos libros es muy clara (como si representasen las dos caras de una misma moneda). Pujante la vuelve a señalar, cuando dice: “El anciano habitante de aquella solitaria casa rural, aquel yo poético, que no podía ser el joven Brines que con veintitantos años construyó Las brasas, en realidad era una radical intuición que ahora se materializa” (p. 287).

Se refiere al hombre contemplativo que mira su vida en el poema “Espejo en Elca”. Y es cierto, ya que Brines anticipa en el joven el sino de la vida, su certeza que le llevará a contemplarse anciano, como si llevase ungido en su interior el estigma de la condición humana.

En definitiva, Brines ha condensado su pensamiento y en la simplicidad de un lenguaje exento de retoricismo, pero no por ello ausente de buena literatura, encuentra la mejor forma para expresar lo que representa su hondo sentir poético: la elegía al tiempo que se nos va, la búsqueda del paraíso de la infancia, terreno que le marcó siempre.

El otoño de las rosas, publicado por la Editorial Renacimiento en Sevilla en 1986, llega en un momento culminante de la poesía de Brines.

Me refiero a esa Elca donde anida el Mediterráneo y su luz especial que destella en sus poemas, con la luminosidad de la buena pintura levantina, lo que nos obliga a leer de nuevo, para encontrar nuevos sentidos a tanta hondura existencial.

Refleja la obra de Francisco Brines un legado que ha de perdurar y cuya influencia es manifiesta en otros poetas de la tierra (Marzal, Gallego), porque no es una voz impostada, sino verdadera, cuyas certidumbres sobre la vida están muy cerca de las nuestras.

A continuación, le dedico un apartado al que considero uno de los mejores libros de Francisco Brines, donde consigue aunar todos los temas que han hecho posible una de las mejores obras de la literatura valenciana en castellano,

 

El otoño de las rosas: el gran libro de Francisco Brines

Llegó El otoño de las rosas publicado por la Editorial Renacimiento en Sevilla, en 1986. Y llega este libro en un momento culminante de su poesía, el poeta expresa su amor por la vida (tema ya aparecido, pero ahora con diferente tono).

Dionisio Cañas lo dijo muy bien en un estudio sobre Brines: “Esta obra es el ejercicio de una mirada retrospectiva llena de amor y fervor por haber tenido el privilegio de la vida” (“Francisco Brines, plenitud y entusiasmo de un canto otoñal”, Ínsula, Nº 485-486, 1987). Es cierto, el poeta se siente afortunado, privilegiado, frente a otros que no han pensado la vida, él conoce el placer de verse viviendo, entregado al instante, tan lleno de emociones.

Son más de setenta poemas, sin separación interna (como era habitual en otros libros del poeta) en secciones o apartados.

José Olivio Jiménez considera en su estudio La poesía deFrancisco Brines a este libro como “el más alto sitio de la obra total de Brines: su libro más pleno y sugerente”. Llama a este lugar pleno de creación al que llega Brines como una “conjunción de nihilismo y vitalismo”, es decir, una tensión entre dos fines: la Nada (nihilismo) y la vida (vitalismo).

Olivio nos advierte en el estudio citado lo siguiente: “El camino hacia la constatación afirmativa de la vida, que se ensancha abiertamente es este libro, venía preparándose desde muy atrás en la obra de Brines”, y, puntualiza: “Uno de ellos ocurre, nada menos, que en la sección inicial de Insistencias en Luzbel, la más ‘conceptual’ de aquel libro y de toda la poesía del autor”.

Se refiere a “Respiración hacia la noche” cuando dice lo siguiente: “Alegría es la luz, el aire, / la carne es alegría, / y cuando se fatigan y se apagan / entonces son visibles. / La luz, la carne, el aire, el daño”. Como vemos, hay júbilo, pero al final aparece la palabra “daño” como si esa plenitud no fuese completa, pues el dolor es telón de fondo de la vida.

Dicho esto, veamos esa vivencia de plenitud que se ensancha en el poema “El otoño de las rosas”, dice así: “Vives ya en la estación del tiempo rezagado: / lo has llamado el otoño de las rosas. / Aspíralas y enciéndete. Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio mundo” (vv. 1-4). Vemos el deseo de vivir: “aspíralas y enciéndete” porque ha llegado a la madurez de la vida “el otoño”, el símbolo del instante, lo efímero y lo bello es evidente: la rosa. Se equipara a la vida por su hermosura y brevedad.

No importa que haya llegado ese momento, el poeta quiere vivir, pero sabe la gran verdad del acabamiento de lo humano. “Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio del mundo”.

Ha de llegar ese momento donde no haya mirada y todo sea Nada. Bello y breve poema que abre una ventana al hermoso mundo que desvela este libro.

Vuelve en el libro al lugar de la infancia: Elca, soñada por el poeta, desde su cima de la vida. Consigue que sintamos los olores, naveguemos por aquellos mares, caminemos extasiados por aquellos huertos levantinos. Tan sutilmente (y con tanta armonía) describe el poeta que nos impregna de vida en cada página, nos hace paladear cada instante como si fuese único.

Comento “Días de invierno en la casa de verano”, poema dedicado a Vicente Gallego, joven poeta que conoció a Brines y que se sintió (como otros muchos) seducido por su poesía.

El poema dice así: “Vivo en la intimidad de la casa vacía, / y en las habitaciones despobladas / puedo escuchar el sonido apagado de la vida” (vv. 10-13). Sorprende esa vuelta a la casa vacía (recordemos Las brasas), pero aquí esplende la vida, pese a ese “sonido apagado” que es el tiempo, dice así: “Y hay, con todo, un calor de vida ya gastada / un secreto entusiasmo de haber sido” (vv. 17-18). El secreto tiene que ver con la complicidad de lo vivido, tesoro tan solo para él, en esencia solitario.

Vuelve de nuevo al cuerpo, tan presente en el libro anterior, afirmación del goce y el placer: “Era el ritmo muy lento, y muy secreto / con el vigor del agua, y la presencia joven / de la carne desnuda” (vv. 26-28). Cuenta como se desvestía, y se bañaba, nos recuerda esa efusión de los cuerpos compartiendo el baño infantil en “El barranco de los pájaros”, pero no olvidemos que Brines escribe ahora desde la soledad, el muchacho en sus actos, en su intimidad (de ahí el adjetivo secreto).

El muchacho está enamorado de la poesía, descubriendo el secreto de los versos, guía ya del resto de su vida.

Con una sutileza magnífica, Brines describe esos momentos placer sexual individual que el muchacho tiene que “gozar solo” porque nadie comparte entonces su cuerpo: “La intimidad del mundo, y el placer / que aprendía, me hacía como un dios” (vv. 37-38). Poder gozar de uno mismo y comprender así la vida es ser un dios para Brines (como vemos, el paganismo de Brines queda manifestado, no quiere ser Dios sino un dios, como en la antigüedad grecolatina).

Y después del sexo llega esa calma, ese reposo, como un hermoso caballero griego o romano: “Con el balcón abierto a los jazmines, / y el cuerpo descansando, fresca el alma, / la luz daba en el libro, diligente, / y un doliente poeta me decía / mágicos versos” (vv. 43-47). Vemos el goce de los sentidos: la mirada-el balcón, el olor-los jazmines; también el crecimiento del joven hacia la poesía: el libro del doliente poeta es un tributo a Juan Ramón Jiménez y su famoso libro: Poemas mágicos y dolientes (1909). Es indudable el influjo de Juan Ramón en Brines, como ya señalaré después.

El muchacho está enamorado de la poesía, descubriendo el secreto de los versos, guía ya del resto de su vida. No hay turbación ni pecado por el acto sexual solitario, sino complacencia ante el placer de “sentir el cuerpo y el alma fresca”. Vemos de nuevo la luz y el cuerpo del poeta descansando con un libro, lo que nos recuerda al caballero que piensa en la vida y la muerte mientras lee.

La luz y la naturaleza en su esplendor: “los jazmines” (blancos como la pureza), todo está poblado de dos mundos que no se contraponen como sí ocurrió en Las brasas. El mundo interior: la casa vacía, el joven, el libro; el mundo exterior: los jazmines, el balcón (puente comunicante de dos mundos).

Vuelve la noche: “Olorosa la noche, / llena de estrellas bajas y de fuego, / era el espejo ardiente de mis ojos” (vv. 38-40). La noche de la creación, no es la noche enemiga, sino la que hace crecer y soñar, porque es “espejo ardiente de mis ojos” (el joven se mira en ella).

Lo dice todavía más claro: “En el tiempo feliz no había muerte, / y juntos la pureza y el pecado / descubrieron el mundo más dichoso” (vv. 41-43). Esa certeza de la vida plena y gozosa contrasta con la palabra “muerte”, aun desconocida, pero ya mencionada, como presagio del futuro de la vida.

Lo expresa al final del poema: “No había aún vergüenza de los años, / ahora que ya conozco que la muerte / existe, y nada sabe” (vv. 44-46). Magnífica manera de decirnos que la muerte no es trascendencia, no nos encamina a otra vida, todo acaba en la Nada.

Y el final es muy hermoso, incidiendo el poeta en su evocación de lo vivido: “Con todo, en este invierno tan lejano, / hay un calor de vida ya gastada, / la seca aceptación del mal o la alegría, / un secreto entusiasmo de haber sido” (vv.47-50). Incide en el secreto de haber vivido. Si los años traen “vergüenza” y la vida está “gastada”, el poeta afirma que hay aun “calor”, hay efusión, deseo de proseguir, pese al conocimiento: “la seca aceptación del mal o la alegría”.

Merece la pena comentar la visión de Elca, ese paraíso de la infancia que nos regala José Luis Gómez Toré en La miradaelegíaca, dice así: “Víctor García de la Concha ha relacionado la visión de la infancia de la poesía briniana con la lírica de Juan Ramón Jiménez”.

Y, tras ello, Gómez Toré desvela ese mundo en el poeta moguereño y alude también a Luis Cernuda: “En efecto, el poeta de Moguer había hablado ya de esa divinidad de la infancia, figura sagrada que se identifica con el yo perdido y con el lugar paradisíaco”.

Se refiere el crítico a los Poemas revividos del tiempo de Moguer (Juan Ramón Jiménez, “Cuando yo era un niñodios”, Poemas revividos del tiempo de Moguer [1895-1954], Madrid, Artes Gráficas, Luis Pérez, 1970) y, es cierto, que en esos poemas Juan Ramón siente que la infancia es divinidad, lugar y momento que no ha de volver jamás.

Luis Cernuda, por otra parte, recuerda en Ocnos la eternidad de la infancia, como nos señala Gómez Toré en el libro.

Brines, en El otoño de las rosas, busca al niño perdido, ese niño feliz, ajeno al pasado (pues aún no lo tiene) y exento de pecado. No excluye el poeta la inteligencia como cualidad de lo humano (ya lo vimos en el poema: el joven leyendo). El hombre perdió el paraíso de la infancia, pero no ha perdido el milagro del saber, el conocimiento, único eslabón de felicidad que le une a ese paraíso (pese a que el saber también entrega dolor).

Vayamos a Elca, Gómez Toré desvela qué hay detrás de ese nombre: “Elca, ese término del campo de Oliva donde reside secreto el Edén”. Y además nos dice “Pero Elca no es sólo un lugar concreto”, para el crítico “ese lugar se convierte para el poeta en el mundo entero”. Si quedaba alguna duda de ello, el propio Brines lo confiesa en una entrevista a Luis Antonio de Villena (amigo de Brines y poeta de los “novísimos”) cuando dice: “Para mí ha llegado a simbolizar el espacio del mundo. Allí lo descubrí deslumbrante y eterno, y cuando la vida me dio una visión nueva, inesperada, de mortalidad, seguí amándolo desde su pérdida, y añorando en él su antiguo e imposible engaño divino” (Luis Antonio de Villena: “Una charla con Francisco Brines”, Olvidos de Granada, 13, 1984, pp. 35-36). Todo ello se refleja muy bien en el poema donde el poeta miraba, desde la soledad de su cuerpo, al mundo entero (en la casa de Elca, donde Brines descansaba en verano de un año escolar en un internado) (Rafael Alfaro, “Experiencia de una despedida”, Cuadernos de Cultura, 1980, pp. 25-41)

Comentamos seguidamente “Collige, virgo, rosas” donde hará mención de nuevo a la noche, creadora de magia en ese instante de la vida.

Brines utiliza aquí los símbolos de sus primeros poemas: la noche, la luz, los astros; pero han cambiado de significado.

Vemos al poeta decir a alguien (recurso ya muy utilizado por Brines, en ese diálogo consigo mismo) que ría y goce, también que ame. Es muy bello cuando dice en el segundo verso: “Y enciéndete en la noche que ahora empieza”, es una verdadera invocación a la vida. Si el hombre es “luz” en la noche, brilla como un “astro” (hace referencia a esa luz alta que miraba el niño-Brines). Continúa diciendo: “y entre tantos amigos (y conmigo) / abre los grandes ojos a la vida / con la avidez preciosa de tus años” (vv. 3-5). Parece que el poeta se refiere a otro cuando apela a ese tú, pero sabemos que es él, desdoblado, viéndose vivir en la noche con un grupo de amigos (también existe en el poema el joven, quizás algún amigo de Brines, futuro espejo del poeta).

Dice el poema “abre los grandes ojos a la vida / con la avidez preciosa de tus años”. Los grandes ojos son como “astros” que iluminan al poeta. Resucita así el niño- creador, el niño-Dios (en palabras de Gómez Toré).

Dice después: “La noche larga, ha de acabar al alba, / y vendrán escuadrones de espías con la luz, / se borrarán los astros, y también el recuerdo, / y la alegría acabará en su nada” (vv. 6-9). En este poema la “luz” es negativa, trae la infelicidad, oponiéndose a la “luz” de la infancia, generadora de vida.

Brines utiliza aquí los símbolos de sus primeros poemas: la noche, la luz, los astros; pero han cambiado de significado, la noche es alegría y magia, junto con los astros y la luz, sin embargo, trae el infortunio a la vida.

Pese a todo, Brines no desiste cuando dice: “Mas aunque aquí suceda, / enciéndete en la noche” (vv. 10-11), la repetición del verso muestra la importancia del acto, el deseo pleno de vivir esos instantes irrepetibles.

La noche, con todo su sentido, es protagonista del poema. Dice el poeta: “pues detrás del olvido puede que ella renazca”, no está seguro, pero piensa que la vida vuelve en cada noche de goce, además, lo expresa con la hermosura serena que le caracteriza: “y la recobres pura, y aumentada en belleza” (v. 12), este verso requiere una interpretación que llena el poema de mayor simbolismo. Es, desde luego, el joven o el niño que vuelve en esa noche “recobrada”, lo sabemos por los adjetivos “puro y aumentada belleza”. El hombre-Brines vuelve a la niñez en la noche evocada que se repite en el pensamiento.

El final del poema nos muestra hasta qué punto Brines es consciente del dolor, de la pérdida, pero no por ello desiste de entregarse a esa noche inolvidable. Dice así en esta noche que es la de la muerte, noche antitética de la noche creadora: “cuando la noche humana se acabe ya del todo / y venga esa otra luz, rencorosa y extraña, / que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido” (vv. 15-17). Nos queda claro que será la última luz, trae la muerte y la Nada, está desvestida de trascendencia, será “rencorosa y extraña” como un enemigo para el hombre.

Da la sensación que habla a alguien, quedó claro cuando dijo: “la avidez preciosa de los años”. Es ese amigo o ese niño que vive ahora la vida y que no conoce el dolor. Nos desvela entonces que sí existió un diálogo hacia alguien que participa en la charla con los amigos. La modestia del poeta se hace evidente, ya que aparece entre paréntesis: “y entre tantos amigos (y conmigo)”. El poeta es uno y es otro, el contemplado por en el paso del tiempo. Magnífico poema donde Brines insiste en la alegría del instante y en la meditación que prosigue a la dicha.

Afirma, con gran sentido común, José Olivio lo siguiente (en el estudio que se llama La poesía de Francisco Brines): “Apurando el seno acogedor de la noche, y conjurando el olvido, será posible que la alegría quede vivificada por la voluntad del espíritu”.

Si leemos ahora el poema de Luis Cernuda “Viendo volver” (28) perteneciente a “Vivir sin estar viviendo” (1944-1949) podemos observar ese diálogo de Cernuda consigo mismo: “Irías y venías / Todo igual, cambiado todo / Así como tú eres / El mismo y otro. ¿Un río? / A cada instante / No es él y diferente?”. Hermosos versos que se cargan de simbolismo: el río es la vida cuyo cauce da al mar “que es el morir” como dijo Jorge Manrique, Cernuda se acerca a la tradición y Brines, en su diálogo con el amigo joven y consigo mismo bebe del poeta sevillano en su técnica de los espejos.

La única diferencia entre ambos poetas (aparte del estilo y del mundo de la noche que no aparece en el poema de Cernuda) es que el poeta sevillano no tiene ese amigo (el que dialoga con é, su espejo) que sí posee Brines. Cernuda se halla solo y así lo dice: “Impotente, extasiado / Y solo, como un árbol, / Le verías, el futuro / Soñando, sin presente, / A espera del amigo, / Cuando el amigo es él y en él espera”.

Y además Cernuda es consciente que la vida es “una burla delicada / Y que debe ignorarlo el mozo hoy”. Para el poeta, como para Brines, esa sensación de dolor no ha de pertenecer al niño o al joven, porque sólo es castigo del adulto.

En “Huerto en Marrakech”, Brines no solo nos indica el lugar de la dicha, el mundo árabe, sino también un juego de símbolos que hace enormemente ingenioso el poema: “Entré en la breve noche para gozar tu huerto: / rincón de madreselva, dos pequeños naranjos, / y aquel jazmín tan negro, de tanto olor, rodando / la falda del ciprés que sabe al cielo” (vv. 2-5).

Para Brines, desposeído de cualquier sentimiento religioso, el simbolismo alcanza altura de hedonismo y paganismo.

Como vemos, el “huerto” es símbolo del “cuerpo” y todo lo que sigue son extensiones del mismo: la madreselva es el vello, los pequeños naranjos son los ojos y el jazmín es el sexo en toda su plenitud, hasta tal punto es así que cita el “ciprés que sube al cielo”, es decir, el éxtasis amoroso. Como vemos, la naturaleza sirve a Brines para crear un poema íntimo, erótico y sensual. Pero con ese tacto y esa sutileza que le caracteriza el poema nunca es procaz, sino hermoso y delicado (su sutileza se pone de nuevo de manifiesto, inunda, mejor dicho, todo el libro).

Continúa diciendo: “Bañó el árbol la luna, y se mojó mi boca” (v.6), de nuevo, el placer, la corriente exultante le arrasa.

Después llega la fatiga: “Y qué cansados luego las aguas y las rosas, / el ciprés, los naranjos, el ladrón de aquel huerto. / Y todo fue furtivo: el alba, luego el sueño” (vv.7-9). Recoge en este final a los amantes: el cuerpo del amado y el ladrón del cuerpo: el amante. Y no hay que olvidar el tiempo: “Y todo fue futuro: el alba, luego el sueño”.

Vuelve el alba a ser el punto final de lo mágico, de la dicha sexual, como en el poema anterior (en aquel el alba trajo la separación de los amigos y el fin de la fiesta).

Como hemos podido ver el poema es muy hábil para enlazar símbolos que emparentan con la tradición simbólica de los místicos españoles, no olvidemos la poesía mística (con su traducción erótica) de San Juan de la Cruz en la ya famosa interpretación de la amada como el alma y el amado como Dios. Para Brines, desposeído de cualquier sentimiento religioso, el simbolismo alcanza altura de hedonismo y paganismo.

Hay otros poemas de gran calidad sobre el erotismo, el sexo y la noche (“Envío del recién llegado”, “Historias de una sola noche”, “El triunfo de la carne”), pero voy a comentar un poema muy bello que se llama “Los veranos”, en él la evocación (que está en todo el libro) parece paladearse con mayor insistencia y podemos oler ese tiempo de verano que el paso de la vida no devuelve. De nuevo, Brines habla del desnudo, en esa estación pura de la vida: “Estábamos desnudos junto al mar,/ y el mar aún más desnudo” (vv. 2-3). Vemos como Brines enlaza el cuerpo desposeído de ropajes junto al mar entregado, lugar que nos evoca a ese baño con los amigos en la niñez.

Además, vuelve la mirada: “Con los ojos, / y en sus cuerpos ágiles, hacíamos / la más dicha posesión del mundo” (vv. 3-5).

El mundo les poseía y ellos poseían al mundo, entrega al unísono del mar y el cuerpo, el cuerpo y el mar.

Aparece también el adjetivo “encendido” para referirse a la luna, astro clave en la noche (lugar ideal para gozar): “Nos sonaban las voces encendidas de la luna / y era la vida cálida y violenta, / ingratos con el sueño transcurríamos” (vv. 7-8).

Para el poeta, la vigilia es importante, solo así puede darse el placer, pues la noche, el mar, los cuerpos desnudos son todos lo mismo: la felicidad. De nuevo el mar: “El ritmo tan oscuro de las olas / nos abrazaba eternos, y éramos sólo tiempo” (vv.9-10). Hay que fijarse en estos versos y en la relación olas-agua y el verbo “abrasar” como si el agua fuese llama y, además, eterna.

Los jóvenes al quererse en el agua la hacen arder (porque ella participa de la unión amorosa), el “ser sólo tiempo” nos señala que eran instante, goce pleno (fuera del concepto de la vida que transcurre). De nuevo los astros: “Se borraban los astros en el amanecer/ y, con la luz que fría regresaba/ furioso y delicado se iniciaba el amor” (vv. 11-13) Es curioso que Brines aquí no rompa el amor con la llegada del alba (como vimos en poemas anteriores) sino que es la rampa de salida, tras el juego de los cuerpos, llega el amor verdadero.

Al final, el poeta valenciano acaba el poema con la sensación de pérdida: “Hoy parece un engaño que fuésemos felices / al modo inmerecido de los dioses / ¡Qué extraña y breve fue la juventud!” (vv.14-16). Queda un vacío, pero también la dicha de haber asistido a un momento hermoso de la vida, la tristeza es el resultado siempre de la efímera felicidad. Brines, que no suele usar exclamaciones, las emplea para enfatizar lo perdido, lo irrecuperable.

Su comparación con los dioses nos llama la atención (como ya vimos en aquel poema donde el niño era un dios y no Dios) porque hace referencia al mundo de los griegos, a la mitología (no olvidemos que ese mundo mítico fue invento de los hombres, tras el engaño que supuso su fascinación vino la infelicidad de descubrir la mentira que había en ello).

Gómez Toré lo dice claramente: “Así, un poema como “Los veranos” atribuye a los jóvenes la cualidad de anular el tiempo, cualidad propia tan sólo de los dioses”. Vemos que el crítico insiste en la felicidad de esa estación dichosa de la vida, no sólo por la carencia del tiempo, sino también por la ausencia de culpa o pecado en los momentos de placer.

Brines pone en mayúsculas la Nada como el fin de todo, límite de nuestra vida, futuro irremediable.

Considera Toré al joven y al niño uno solo como dice a continuación (en La mirada elegíaca): “El niño y el joven no son sino uno solo. Así cuando Narciso envejecido mire a aquel primer Narciso contemplará a un ser inmortal, niño o joven, mirándose no en el río de Heráclito, sino en un mar eternamente renovado”.

Ese Narciso es, no cabe duda, el poeta, ensimismado por el tiempo y su imagen que decae y envejece. Pero también el demiurgo que posibilita el regreso del niño y el joven.

José Olivio en La poesía de Francisco Brines se fija también en este hermoso poema y en el instante en que describe el amor diciendo: “hacíamos/ la más dichosa posesión del mundo”. Para Olivio este verso “quedará como la siempre vibrante definición de la experiencia amorosa”.

Brines evoca el amor puro y además sitúa al alba ese “furioso y delicado amor que se iniciaba”, queda claro que, oponiendo esos dos adjetivos, el poeta da una descripción completa del juego amoroso y nos conduce a Lope de Vega en un famoso soneto, concretamente el núm. 126 cuando dice el poeta: “Desmayarse, atreverse, estar furioso/ áspero, tierno, liberal, esquivo/ alentado, mortal, difunto, vivo/ leal, traidor, cobarde y animoso” (Lope de Vega, Lírica, ed. De José Manuel Blecua, Castalia, 1987). Como vemos, el poeta en el primer cuarteto expresa las condiciones contrarias del amor en un juego de oposiciones.

Terminará (para no explayarme en todo el poema, pese a su gran calidad) con estos versos: “creer que un cielo en un infierno cabe / dar la vida y el alma a un desengaño / esto es amor. Quien lo probó lo sabe”. Afirmo que Brines insiste en esta tradición para señalar esas características opuestas del amor y, desde luego, acierta plenamente.

Finalizo este recorrido por el libro con un poema muy breve, pero destacable por dos aspectos: la aparición de la muerte y la referencia a Dios.

El poeta dice en “Física de la muerte”, lo siguiente: “Prietas y extensas sombras nos acogen / allí en las Humedades, fría Nada, / después que nos fulmina el rayo blanco / del Dios que no sabemos” (vv.1-4).

Brines pone en mayúsculas la Nada como el fin de todo, límite de nuestra vida, futuro irremediable. Y además hace referencia a Dios, pero no en su aspecto apaciguador sino que “nos fulmina el rayo blanco”. Este verso nos explica parte de su obra, esa insistencia en el engaño, con la vida que fue “realmente vivida”. El título del poema

“Física de la muerte” rompe cualquier atisbo de trascendencia, el poeta anula así al mundo religioso con su afirmación de un Dios que no conocemos ni podemos ver, sino es a través de la fe.

Merece la pena terminar los comentarios a este libro, pensando en Juan Ramón Jiménez, porque Brines ha leído atentamente al poeta moguereño y sabe muy bien que Juan Ramón, descreído de Dios, buscó en la conciencia ese lugar para vivir su eternidad.

He seleccionado un poema perteneciente a La estacióntotal, cuando el poeta dice (el poema se llama “El creador sin escape” perteneciente a “Canciones de una nueva luz”): “Enseña a dios a ser tú / Sé solo siempre con todos, / con todo, que puedes serlo. / (Si sigues tu voluntad / un día podrás reinarte / solo en medio de tu mundo.) / Solo y contigo, más grande, / más solo que el dios que un día / creíste dios cuando niño”.

Juan Ramón expresa su Dios de la conciencia frente al dios (en minúscula) que ha inventado el mundo. Ese deseo de eternidad quiere vivir en Brines en los instantes evocados en El otoño de las rosas, donde el goce de vivir se manifiesta en toda su extensión, dicha que dará lugar, tras su breve paso, a la tristeza del poeta.

El poeta valenciano se perfecciona con esta obra, nos muestra las aristas de la vida y, consciente de todo lo que se pierde (se canta lo que se pierde, dijo el gran poeta andaluz Antonio Machado) revive el tiempo de la felicidad, haciendo de su canto una elegía magistral.

Su obra no ha de morir, por la alta calidad de sus versos y por la entrega absoluta al mundo con todo el dolor y la alegría que hay en él.

 

Brines: la relevancia de un poeta contemporáneo en nuestra poesía actual

Hombre de verso profundo, pensador de una palabra que ha ido creciendo, donde lo elegíaco, el recuerdo de la infancia cobra especial resonancia, la etapa de la felicidad perdida, su obra queda como un gran ejemplo de la relevancia de la lengua española, ya que su obra ha sido traducida a múltiples lenguas y ha interesado a muchos estudiosos extranjeros de la literatura española.

Se ha convertido en un referente fundamental para muchos poetas, como Jaime Siles, Vicente Gallego, Carlos Marzal y otros que han destacado su legado y la ineludible necesidad de conocer su obra a todos los amantes de la poesía y a todos aquellos que se acerquen a la lengua española, ya que su léxico es enriquecedor y supone un interesante acercamiento a todos aquellos que, fascinados por la poesía, quieren conocer el español, desde el mundo de la palabra poética.

Brines sigue presente, mientras otros poetas de su Generación han culminado ya su obra o han muerto, dejando una obra de gran calado existencial y de necesario estudio para todo investigador de la poesía de posguerra (Valente, Gil de Biedma, Ángel González). El poeta valenciano sigue siendo reconocido, querido y, sin duda alguna, queda todavía, pese a que él ha confesado en algunas ocasiones que ha puesto fin a su obra, el último libro, donde resuma todo lo que ya nos ha legado en libros anteriores, donde la poesía, su latido, nos llegue de forma definitiva, siendo ya un referente para futuros poetas y críticos de poesía.

Sin duda alguna, Francisco Brines nos llega al corazón, penetra con su reflexión vital en nuestras emociones, convirtiendo su obra en un lugar de encuentro con la palabra verdadera, desde el niño que fue al hombre que lamenta su pérdida, la de la inocencia, en una clara armonía con el mundo, cuya hermosura es cantada con alegría y tristeza al mismo tiempo, todo un maestro de la poesía contemporánea.

 

Bibliografía

  • Brines, Francisco: Poesía completa (1960-1997). Tusquets, Barcelona, 1997.
  • Cañas, Dionisio: “Francisco Brines, plenitud y entusiasmo de un canto otoñal”, Ínsula, Nº 485-486, 1987.
  • Cernuda, Luis: Antología poética, edición de José María Capote, Cátedra, Madrid, 1987.
  • Gómez Toré, José Luis: La mirada elegíaca, El espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines, Pre-Textos, Valencia, 2002.
  • Martín, Francisco José: El sueño roto de la vida. Aitana Editorial, Altea, 1977.
  • Pujante, David: Belleza mojada (La escritura poética de Francisco Brines), Renacimiento, Sevilla, 2004.
  • Olivio Jiménez, José: La poesía de Francisco Brines, Renacimiento, Sevilla, 2001.

Azorín y el milagro de la palabra. Reflexiones sobre el legado del escritor español. Wall Tress International Magazin. Ramón Fernández Palmeral

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  Retrato de Azorín por Ignacio Zuloaga

Azorín y el milagro de la palabra

Reflexiones sobre el legado del escritor español

20 noviembre 2020,
Ramón Fernández Palmeral

Escasos escritores en lengua castellana de la generación del 98 (metáfora de una crisis española al final del siglo XIX), gozaron del prestigio de José Augusto Trinidad Martínez Ruiz (1873-1967), que escribía bajo el seudónimo de Azorín, desde 1904, en su trilogía de novelas autobiográficas: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Fue un reflexivo escritor y periodista parlamentario, natural de Monóvar (Alicante), que cultivó todos los géneros literarios, excepto la poesía: la novela, el ensayo, la crónica periodística, la crítica literaria y, en menor medida, el teatro. Para sus incisivas críticas literarias usó varios seudónimos como «Ahrimán», para su primer libro Buscapiés (Sátiras y críticas), 1894, «Charivari», «Don Abbondio» y «Cándido», en honor del Cándido, o el optimismo de Voltaire, de 1759... 

Leer completo en Wall Street International, de 20 de noviembre de 2020

 

Certamen poético. Composición con la estrofa Julia. Alicante. Bases. Ha ta el 26 de enero 2021

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Con el fin de dar a conocer la nueva estrofa, creada en 2020 por Consuelo Giner Tormo y para darle difusión, se convoca el I Certamen Poético, con la colaboración de Espejo de Alicante y con las siguientes

BASES

1. Podrán concursar todos los poetas que lo deseen, mayores de edad, en lengua castellana.

2. Los poemas serán originales e inéditos.

3. El tema será libre, la forma se ajustará a cualquiera de las modalidades de la estrofa julia (explicada a continuación)

4. La extensión total no sobrepasará los 100 versos, presentados en Times New Roman a 12 puntos, con interlineado de 1,5 puntos.

5. Los trabajos no estarán firmados, serán entregados por correo postal, sin identificar, bajo el sistema de plica, a la siguiente dirección:

I Certamen Poético. “Estrofa Julia”

Asociación Espejo de Alicante 

Calle Serrano n. 5, Bajo (local del Ayuntamiento de Alicante)

03003 Alicante

Dentro de un sobre se introducirán los poemas, por triplicado, sin firmar y otro sobre más pequeño (plica), indicando en el exterior el título del trabajo y conteniendo los datos personales: Nombre y apellidos, fotocopia del DNI, Dirección postal, Dirección de correo electrónico y número de teléfono.

6. La fecha de recepción de poemas finalizará el día 26 de enero de 2021. Se aceptarán los trabajos con matasellos de esa fecha que lleguen después (pero antes de la reunión del tribunal calificador).

7. Premios: Se establecen los siguientes premios:

PRIMER PREMIO: 200 € y placa

SEGUNDO PREMIO: 100 € y placa

TERCER PREMIO: 50 € y placa

PREMIO DE HONOR TERESA CÍA: Poeta invitado por su trayectoria poética. Escultura y placa

DIEZ ACCÉSITS: Diploma y lote de libros de Espejo de Alicante.

8. Los miembros del jurado se darán a conocer el día de la entrega de premios, siendo un número impar. El presidente será el Premio de Honor. Actuará de Secretaria Consuelo Giner, con voz, pero sin voto. Las decisiones del jurado serán inapelables.

9. Los trabajos serán publicados en la página web de la Asociación Espejo de Alicante y cuando haya material suficiente se editará un libro, dentro de la colección “Explorando con julia”

10. Los premios se entregarán el lunes 15 de febrero de 2021, en el lugar y hora que será anunciado previamente. Cualquier duda consultad a Consuelo Giner: 661493183.

Explicación de la estrofa julia y sus variantes:

ESTROFA JULIA

Creación de una nueva estrofa llamada julia, con las siguientes características, dedicada a mi nieta Julia Hernández Burló, nacida el 26 de enero de 2017. 

Tiene las siguientes características:

  • Consta de 5 versos que combinan arte menor (5 sílabas) y arte mayor (10 sílabas).
  • Los versos pentasílabos rimarán entre sí y lo mismo para los versos decasílabos. 
  • Combinan la rima consonante con la rima asonante, en una misma estrofa, así que se utilizará una o varias de las siguientes posibilidades:

Julia 1: 5a  10B  5a  10B  5a (a rima consonante y B rima asonante)

Julia 2: 5a  10B  5a  10B  5a (a rima asonante y B rima consonante)

Julia 3: 10A  5b  10A  5b  10A (A rima consonante y b rima asonante)

Julia 4: 10A  5b  10A  5b  10A (A rima asonante y b rima consonante)

  • Cada poema puede constar de una o varias estrofas y puede abarcar un solo tipo o varias combinaciones de Julia. 
  • Se trata de un poema capicúa.
  • Podrá incluir, al final, un estrambote, con 1 ó 2 versos añadidos como coletilla, sin rima o rima libre.

Un ejemplo, en este caso Julia 1:

Esencia
Nada arbitrario,
es todo el trabajo que hace siempre,
ni casüario
día a día lo que abarca mente
¡extraordinario!

La princesa Anuaiti-Matua, de Ramón Fernández Palmeral. Evasión en tiempos de pandemia, Por Pilar Galán García

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La princesa Anuaiti-Matua, de Ramón Fernández Palmeral
Evasión en tiempos de pandemia

• Lunes 23 de noviembre de 2020. Revista LETRALIA (hispanoamericana)
“La princesa Anuaiti-Matua”, de Ramón Fernández Palmeral
La princesa Anuaiti-Matua, de Ramón Fernández Palmeral (edición del autor, 2020). Disponible en Amazon

La princesa Anuaiti-Matua
Ramón Fernández Palmeral
Novela
Edición del autor
España, 2020
ISBN: 9798692728289
278 páginas

“Anoche soñé que volvía a Hanga Roa”. Este comienzo de la novela, que me recuerda a Rebeca de Daphne du Maurier, mi novela preferida, ha supuesto un guiño seductor para abordar este libro, sintiéndome con un creciente interés, y con total predisposición a sumergirme en una bella historia en que la fascinación y el atractivo han ido in crescendo, a medida que he ido devorando sus páginas casi sin moverme del sillón, y sin sentir cómo iban pasando las horas. Esta novela comienza por el final, es una evocación de un día, por lo que se trata de una novela circular que finaliza: “Era cierto que anoche soñé que volvía a Hanga Roa, y unas lágrimas rodaron por mis mejillas”, de un narrador omnisciente...

LEER COMPLETO EN LETRALIA. Tierra de Letras

 

La novela experimental de Zola

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La novela experimental de Zola

Categoría (El libro y la lectura, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-11-2020

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El realismo literario aparece en Francia a mediados del siglo XIX, como reacción a los excesos del Romanticismo precedente, circunscrito a la presentación de mundos fantásticos, países exóticos y tiempos pasados. El idealismo romántico ha perdido fuerza y la sociedad francesa se deja seducir por el racionalismo que Descartes (1596-1650) había enunciado en el siglo XVII. La clase media surgida a partir de la Revolución Francesa se interesa ahora por una literatura que refleje la actualidad de la vida circundante y se haga eco de los conflictos sociales que la industrialización está provocando en Europa, sobre todo, con la aparición de las nuevas organizaciones obreras a partir de la Revolución de 1848. Ese mismo año, Marx y Engels publican El Manifiesto, que sacude la conciencia de la clase obrera y de buena parte de la intelectualidad.

La novela es el género preferido para describir las preocupaciones de la burguesía que defiende un nuevo modelo de vida, en el cual el progreso y los descubrimientos científicos poseen la máxima prioridad. El auge de las ciencias, el avance de la medicina y los albores de la psicología facilitan la renovación de los motivos literarios y se prestan a la creación de personajes sugestivos acordes a la nueva realidad. La lectura se generaliza gracias al desarrollo de la prensa periódica que ofrece entregas coleccionables de folletines muy del gusto de todas las clases sociales.

La nueva corriente se impone en toda Europa. En España, el éxito tardó en llegar. La sociedad tradicional miraba con recelo los cambios revolucionarios y las innovaciones científicas y filosóficas. Solo a partir de la Revolución de 1868 (La Gloriosa), se afianzan las ideas liberales y aparece una pléyade de escritores que cultivaron el género con notable solvencia, entre los que destacan Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valera y Blasco Ibáñez.

Pero es en Francia donde adquiere el máximo esplendor. Stendhal, Balzac y Flaubert son sus intérpretes más conocidos, a los que se incorpora más adelante la figura poderosa de Zola (1840-1902), defendiendo un nuevo estilo literario. Proponía intensificar los principios de realismo, adoptando la visión determinista del evolucionismo y la genética mendeliana que predice la conducta de los individuos en función de su ascendencia. El ser humano no es libre, ya que está condicionado por su herencia biológica y su entorno. Bajo esos presupuestos, el escritor trata de descubrir las leyes que rigen su comportamiento, y lo hace aplicando los métodos de la ciencia experimental, que tanto éxito había obtenido en otros campos del saber.

Es difícil entender el Naturalismo sin conocer el contexto cultural e ideológico que existía en Francia en la segunda mitad del siglo XIX. El positivismo de Comte (1797-1858) —que solo considera conocimiento verdadero al que proviene del hecho experimental— había arraigado con fuerza en la mentalidad más o menos ilustrada de la época. Este concepto había sido llevado al campo de la ciencia con notable éxito y el sueño mesiánico de dominar la naturaleza asomaba como una posibilidad cercana.

La fe en la ciencia desencadenó en Francia —y luego en todo Europa— un entusiasmo sin precedente y, al mismo tiempo, enconadas discusiones, que trascendieron el ámbito intelectual y llegaron a todas las capas de la sociedad. También a Zola, que abrazó con ardor la teoría cientifista. Al anhelo de observar y pintar la realidad, sucede el deseo de comprenderla y explicarla, para lo cual nada mejor que el experimento científico. En esto se basa el Naturalismo literario que, como doctrina completa y coherente, se debe exclusivamente a Zola, que inició su discurso en el prólogo a la segunda edición de Thérèse_Raquin (1868) y, más tarde, lo desarrolló en Le roman expérimental (1880).

Zola comienza su ensayo con estas palabras: “En mis estudios literarios, he hablado a menudo del método experimental aplicado a la novela y al drama. Es cierto que la idea de que la literatura esté dominada por la ciencia ha sorprendido a mucha gente. Por eso, me parece conveniente explicar con claridad lo que yo entiendo por novela experimental”. Para ello, se va a servir del libro Introducción al estudio de la medicina experimental, escrito por Claude Bernard (1813-1878) un erudito cuya autoridad nadie discutía, que luchó para hacer de la medicina una ciencia, a pesar de que, a los ojos de la mayoría, no dejaba de ser más que un arte, como la novela.

Pero antes, plantea las diferencias que existen entre las ciencias de la observación y las ciencias de la experimentación. Llega a la conclusión de que la experiencia es básicamente solo una observación provocada: «En el método experimental, la búsqueda de los hechos, es decir la investigación, va siempre acompañada de un razonamiento, ya que el experimentador ejecuta el experimento para comprobar o verificar el valor de una idea preconcebida, con lo cual, podemos afirmar que el experimento es una observación provocada con el propósito de controlar el resultado«. En resumen, podríamos decir que la observación muestra, mientras que la experiencia instruye.

En la medicina, el objetivo del método experimental consiste en estudiar los fenómenos para conocer las leyes que los rigen, con el fin de preverlos y dirigirlos. Y pone un ejemplo: No basta con que el médico sepa que la quinina reduce la fiebre; lo que importa es saber qué es la fiebre y cuál es la causa que la produce. En el momento en que lo sepa, ya no será una curación empírica, sino una curación científica. Es lo que ocurrió con la sarna: al ser conocida la causa que la produce, la enfermedad se cura siempre, sin excepción.

Zola pretende demostrar que el método experimental es válido para la ficción literaria. Puesto que la medicina, que era un arte, se convierte en ciencia, ¿por qué no ha de suceder lo mismo con la literatura? Al final, el terreno es el mismo: el cuerpo humano; en el primero caso, el de sus órganos fisiológicos; en el segundo, en el de los fenómenos cerebrales y sensuales, tanto en su estado sano como en el mórbido.

Percibe que el novelista posee las dos facetas: El observador describe los hechos tal como los ha observado, define el punto de partida, establece el espacio en el cual se van a mover los personajes y se van a desarrollar los fenómenos. Entonces, aparece el experimentador y, basándose en la experiencia, hace que los personajes se muevan en una determinada dirección, para demostrar que la sucesión de los hechos está determinada por las circunstancias que preceden.

Pone como ejemplo la figura del barón Hulot, en La prima Bette, de Balzac (1799-1850). El hecho observado por Balzac es el caos que el temperamento amoroso de un hombre trae a su hogar, a su familia y a la sociedad. Al elegir ese tema, parte de unos hechos observados, pero luego se vale de la experiencia sometiendo a Hulot a una serie de pruebas, haciéndolo recorrer ciertos círculos, para revelar el funcionamiento del mecanismo de su pasión. El desenlace no podría ser otro más que una familia entera destruida y un drama para todos sus miembros, como consecuencia del temperamento amoroso de Hulot. Es evidente que aquí no solo hay observación, hay también experimentación.

A pesar de su entusiasmo, Zola reconoce que el novelista se enfrenta a un problema serio. A diferencia de otros ramos de la ciencia, el estudio de la psicología humana no está todavía desarrollado, de forma que no es posible saber a ciencia cierta qué efecto produce una pasión, surgida en un determinado ambiente, tanto en el plano individual como en el conjunto de la sociedad. Pero eso es debido a que la novela experimental es más joven que la medicina experimental. En ese sentido, aparece como un proyecto factible a medio plazo en el que solo es posible exponer el método. Pero es innegable que la novela naturalista, tal y como él la entiende, es un experimento verdadero que el novelista hace con el hombre, apoyándose en la observación. Si el experimentador es el juez instructor de la naturaleza, el novelista es el juez instructor del hombre y de sus pasiones.

Esto es lo que constituye la novela experimental: comprender el mecanismo que regula el comportamiento del hombre y mostrar la forma en que se manifiesta, bajo las influencias de la herencia y del medio social que lo rodea; luego describir el efecto recíproco que surge entre la sociedad y el individuo. Y finalmente, comparar cómo se comportaría el hombre que vive aislado y el que vive en sociedad. La novela experimental se apoya pues en la ciencia; es la literatura que corresponde a la era científica del momento, de la misma manera que la literatura clásica y romántica corresponden a las eras de la

Entre otras cosas, a Zola se le acusó de ser un renovador. Él se defiende diciendo que no está aportando nada nuevo, que simplemente intenta aplicar el método científico —inventado hacía tiempo— a sus novelas: “El naturalismo no es una fantasía personal mía; es la aplicación de un criterio científico que solo reconoce el valor de los hechos, frente a la interpretación subjetiva del individuo. Se trata de adaptar la teoría a los dictados de la naturaleza y no al revés. No es por tanto una doctrina, sino un método científico que fomenta la libertad de pensamiento. No hay orgullo ni jactancia; al revés, el experimentador comete acto de humildad al negar su propio conocimiento y someterse a la autoridad de la experiencia y las leyes de la naturaleza. Por eso, el naturalismo carece de filósofos brillantes, solo posee trabajadores más o menos dinámicos”.

Aun así, Zola admite que el hombre no puede escapar a la curiosidad que le impulsa a conocer la esencia de las cosas. No cabe duda de que la filosofía provoca la inspiración para aprehender lo desconocido, mantiene la controversia en las regiones más elevadas y proporciona al pensamiento científico un rigor que lo vivifica y lo ennoblece. Pero no hay que pasar de ahí; al final, los principios filosóficos no son más que pura poesía. “Para nosotros, los novelistas experimentales, que apenas hemos salido del estado larvario, las hipótesis son fatales”, remata Zola en su opúsculo.

Es por eso que el novelista experimental puede solo arriesgar conjeturas sobre las leyes de la herencia y sobre la influencia del medio en la conducta humana, siempre que respete lo que la ciencia ha descubierto hasta ese momento, ¿Qué pasaría si un poeta adoptara la vieja creencia de que el Sol gira alrededor de la Tierra? Solo los profetas se atreven a cuestionar las nociones más elementales de la ciencia, misión delicada hoy en día, en que la gente ha perdido la fe. El hombre metafísico ha muerto; ha sido sustituido por el hombre psicológico. El método experimental, tanto en las ciencias como en las letras, se ocupa de reflexionar sobre los fenómenos naturales, individuales y sociales, mientras que la metafísica solo alcanza a ofrecer explicaciones irracionales y sobrenaturales.

El Naturalismo de Zola no deja de ser un intento de meter la literatura en el campo de la ciencia, una pretensión que hoy nos parece un tanto ingenua, un sueño de época, expresión del deseo de “una construcción fantasmática de la teoría del relato”, (Henri Mitterand, Zola et le Naturalisme). Su discurso se compone de una serie de sospechas difícilmente comprobables, que se aparta de la noción de novela como obra de ficción, producto de la imaginación del autor, destinado a “deleitar enseñando”, según la definición que nos legó Horacio en su Arte Poética en el siglo I.

Sin embargo, su producción literaria no es una aplicación fiel de su reflexión especulativa y está libre de las incoherencias que contiene. Zola es uno de los más grandes escritores del siglo XIX, aunque su extensa obra sea poco conocida. Sigue la estela de la escuela realista, pero intensifica su visión de la realidad incorporando el factor determinista, que condiciona el libre albedrío del hombre a su herencia genética y al entorno en que se ha criado.

Apoyado en Claude Bernard, Zola afirma que la libertad de los cuerpos vivos no se opone al uso de la experimentación y, por tanto, existe un determinismo absoluto en las condiciones de existencia de los fenómenos naturales, tanto para los cuerpos vivos como para los inanimados. Él llama «determinismo» a la causa que determina la aparición de tales fenómenos. El objetivo del método experimental consiste pues en encontrar las relaciones que unen cualquier fenómeno a su causa próxima, o, en otras palabras, determinar las condiciones necesarias para que tal fenómeno se manifieste. La ciencia experimental no debería preocuparse por el porqué de las cosas, sino simplemente por el cómo.

La saga de LosRougon-Macquart es quizá el libro que mejor refleja ese determinismo fisiológico que condena a los sucesores a padecer las taras de sus progenitores. Consta de veinte novelas escritas entre 1870 y 1893, en las que relata la desdichada vida de los descendientes de una familia en el Segundo Imperio, marcados por su origen: la locura incipiente de la primera dama, que termina en el manicomio tras la muerte de su nieto; la ambición de su primero marido, cuyo único hijo le despoja de todos sus bienes; y el alcoholismo del segundo, un contrabandista perezoso, con el que tiene dos hijos.

Los temas de sus novelas son siempre extremos: ambientes sórdidos, personajes deleznables lacrados por el vicio o entregados a sus pasiones más viles. Su intención es descubrir lo más abyecto de la sociedad, sin esconder nada; no como fin en sí mismo, sino para que sea corregido. Germinal quizá es una de sus mejores novelas, junto a La Taberna y Nana. En ella, relata con maestría la existencia miserable en un poblado minero en el Norte de Francia, en el que varias generaciones malviven sin poder escapar a su destino: hombres y mujeres analfabetos, resignados a trabajar diez horas al día, a seiscientos metros de profundidad, con salarios despreciables, desde los diez años hasta el día de su muerte, casi siempre prematura. La escena se repite inexorablemente en cada generación: un hijo en la escombrera a los quince años, un matrimonio no deseado y una familia numerosa para criar hijos que aseguren la fuerza de trabajo en la explotación carbonera, mientras el hombre se emborracha en la taberna y la mujer sufre el azote. Un cántico lamentoso de gran belleza sobre la explotación humana que sirvió para crearle adeptos incondicionales y enemigos poderosos e irreconciliables.

En España, la influencia de Zola fue escasa; solo Emilia Pardo Bazán, Galdós y Blasco Ibáñez lo ensayaron, aunque con limitaciones. Los escritores realistas no terminaron de asimilar el determinismo materialista, ni entendieron cómo aplicar el método científico a la producción de una novela. Su gran valedora fue la escritora gallega, a la que sus enemigos calificaron de sectaria naturalista. En 1882, escribió una serie de artículos en La Época,—recogidos más tarde en un libro publicado bajo el título La cuestión palpitante—, en los que analizaba la naturaleza del mensaje de Zola, señalando “el abismo que media entre mis ideas filosóficas y religiosas y las suyas”. Pero de nada le sirvió, ya que las duras críticas siguieron acosándola, aunque quizá más por defender los derechos de la mujer que por practicar un determinismo moderado como el que se aprecia en sus dos grandes obras: La Tribuna (1882) y Los pazos de Ulloa (1886).

Si algo caracterizó la vida de Zola fue la controversia. Admirado por unos y odiado por otros, su obra y sus opiniones fueron objeto de enconados debates. Fue un hombre valiente para defender la verdad. En el caso Dreyfus—un juicio que había polarizado la sociedad francesa en dos bandos opuestos—, se posicionó en defensa de Alfred Dreyfus, un militar de origen judío-alsaciano que había sido acusado injustamente de espionaje (fue absuelto en 1906). En 1898, escribió en el periódico L’Aurore un artículo bajo el título Yo acuso, en el que, con argumentos contundentes, denuncia el antisemitismo de un núcleo influyente de la sociedad francesa alentado por una prensa sumisa a los intereses del poder.

Por ello, Zola fue acusado de difamación y condenado a un año de cárcel, amén de pagar una cuantiosa multa. Pero antes de conocer la sentencia, se exilió a Londres y solo pudo volver al año siguiente, cuando se demostró su inocencia. La muerte le sorprendió en la bañera el 29 de septiembre de 1902. Aparentemente, se había asfixiado por un escape de la chimenea, pero muchos creyeron que había sido asesinado.

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Realismo literario

¿Qué es el realismo literario?

El realismo literario es un movimiento del siglo XIX que se propuso representar y analizar la realidad de manera objetiva y crítica, en oposición al idealismo romántico.

Los escritores realistas se detenían a observar las contradicciones surgidas en su contexto y deseaban mostrar la realidad en ciernes. Por ello, rechazaban el idealismo del movimiento romántico, considerado evasivo y egocéntrico.

La novela fue la expresión más difundida y más popular del realismo literario. Sin embargo, también se expresó en el cuento, el teatro y la poesía. En todas sus manifestaciones, reivindicaba el lenguaje directo y la realidad concreta como tema.

El origen del realismo literario puede situarse hacia mediados del siglo XIX en Francia. Desde allí se extendió a otros países de Europa occidental y América. Entre ellos, Inglaterra, Rusia, España, Portugal, Alemania y Estados Unidos, entre otros.

El programa del realismo literario penetró también las artes plásticas. Sin embargo, la pintura realista no tuvo la misma receptividad que la literatura, que influyó en otras corrientes como el naturalismo y se mantuvo vigente por varias décadas.

Características del realismo literario

El realismo literario se caracterizó por su compromiso social, la representación de la realidad tal como era percibida, el afán de objetividad y la claridad del discurso. Todo esto se despliega en los siguientes puntos.

Compromiso moral, político y humanitario

Preocupado por los problemas sociales, el realismo literario se caracteriza por un declarado compromiso moral, político y/o humanitario. Piensa en el escritor como alguien con la responsabilidad de denunciar las contradicciones sociales y las injusticias.

Representación de la realidad

La realidad concreta es vista como materia de creación, sin excluir los elementos desagradables. Los escritores prefieren aquellos aspectos evadidos frecuentemente en el arte romántico, tales como los problemas y contradicciones sociales.

Para el realismo, todo elemento de la realidad es digno de representación. No se oculta nada solo porque pueda parecer desagradable, pobre, feo, escandaloso o inmoral. Esto no quiere decir que el realismo sea grotesco o vulgar. Por el contrario, la objetividad en la descripción favorece el cuidado de la forma del discurso.

Cientificismo y objetividad

La investigación científica fue parte de los recursos que utilizaban los escritores para garantizar la objetividad. Ningún detalle podía quedar sujeto a la especulación. Un ejemplo es Flaubert, quien para narrar con detalle la muerte de Madame Bovary, se documentó en la literatura médica de la época.

Verosimilitud

El cientificismo y la objetividad narrativa están atadas a la búsqueda de verosimilitud. Ni la fantasía ni la elucubración tienen cabida en el realismo. La realidad descrita debe ser creíble, percibida como una posibilidad real para el lector, ya sea porque se identifique en ella, ya sea porque le obliga a reconocer la realidad social silenciada en el orden establecido.

Predominio del narrador omnisciente

La literatura realista prefiere el narrador omnisciente. Esto se debe a dos factores. Por un lado, el narrador omnisciente sabe más que los personajes y esto permite abundar en detalles o enfoques. Por otro lado, como el narrador omnisciente no participa en la acción, favorece la sensación de objetividad, sea que se limite a narrar los hechos o que los sancione.

Linealidad narrativa

La estructura narrativa del realismo suele ser lineal. Significa que la línea temporal del relato acostumbra ser cronológica, sin saltos temporales. Esto no impide que puedan ser presentados al lector antecedentes, recuerdos o pensamientos del pasado que expliquen una determinada acción.

Lenguaje claro, objetivo y directo

Los escritores del realismo optan por el uso del lenguaje directo. Prefieren describir las cosas de manera clara y objetiva, aun cuando puedan abundar en detalles explicativos y descripciones pormenorizadas. Se prescinde de la ambigüedad discursiva y se exponen claramente las cosas tal como son entendidas por el autor.

Personajes comunes

El realismo fija su atención en los personajes comunes. Suele preferir los personajes de la clase media y burguesa o de los sectores populares. Los personajes nobles dejan de ser centrales o reciben un tratamiento diferente. Los personajes mitológicos o legendarios, tan presentes en la literatura del pasado, son retirados del realismo.

Temas del realismo

Los realistas se ocupan de representar la realidad social. Sin embargo, el tema que concentrará la mayor atención será la burguesía. Son presentes asuntos como las transformaciones sociales, la pobreza y la exclusión; las tensiones entre la aristocracia y la burguesía; la ambición y el ascenso social; la crisis de las instituciones sociales –como el matrimonio (adulterio y divorcio)–; el rol social de la mujer; etc.

Te puede interesar:

Autores más importantes del realismo literario

  • Henry Bayle "Stendhal" (Francia, 1783- 1842). Obras más conocidas: Rojo y negro; Amancia; La cartuja de Parma.
  • Honoré de Balzac (Francia, 1799-1875). Obras más conocidas: Eugenia Grandet; La piel de zapa; Papá Goriot.
  • Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880). Obras más conocidas: Madame Bovary; La educación sentimental; La tentación de San Antonio.
  • Charles Dickens (Inglaterra, 1812-1870). Obras más conocidas: Oliver Twist; Cuento de navidad; David Copperfield.
  • Mark Twain (Estados Unidos, 1835-1910). Obras más conocidas: Las aventuras de Tom Sawyer; Las aventuras de Huckleberry Finn; El príncipe y el mendigo.
  • Fiodor Dostoyevski (Rusia, 1821-1881). Obras más conocidas: Crimen y castigo; Los hermanos Karamazov; El idiota.
  • León Tolstoi (Rusia, 1828-1910). Obras más conocidas: Guerra y paz; Ana Karenina; La muerte de Iván Ilich.
  • Antón Pavlovich Chejov (Rusia, 1860-1904). Obras más conocidas: El jardín de los cerezos; Tres hermanas; La gaviota.
  • Benitó Pérez Galdós (España, 1843-1920). Obras más conocidas: Doña Perfecta, Misericordia, Fortunata y Jacinta.
  • Eça de Queirós (Portugal, 1845-1900). Obras más conocidas: El crimen del padre Amaro; El primo Basilio; Los Maia.
  • Theodor Fontane (Alemania, 1819-1898). Obras más conocidas: Effi Briest; Errores y extravíos; Irreversible.
  • Alberto Blest Gana (Chile, 1830-1920). Obras más conocidas: Martín Rivas, El loco estero y Durante la Reconquista.
  • Emilio Rabasa (México, 1856-1930). Obras más conocidas: La bola, El cuarto poder y La gran ciencia.

Obras más importantes del realismo literario

Rojo y negro, de Stendhal: es la historia de Julien Sorel, un joven hijo de un humilde carpintero que destaca por sus habilidades intelectuales. En medio de la transición entre el Antiguo Régimen y la revolución, la historia muestra a un Sorel ansioso por ascender socialmente.

Eugenia Grandet, de Honorè Balzac: Eugenia Grandet es hija de un rijo inversionista. Su corazón pertenece a su primo Charles, pero dos familias de alcurnia se disputan la mano de la joven. Eugenia se rebela contra el dictamen social.

Madame Bovary, de Gustave Flaubert: Madame Bovary, de posición económica modesta, es una infatigable lectora. Deseosa de una vida cosmopolita y apasionada, como los personajes librescos, se casa con el médico Charles Bovary. Pronto, descubre que está condenada al mundo doméstico.

Oliver Twist; de Charles Dickens: Oliver Twist es un niño huérfano que se enfrenta a un mundo hostil. Oliver escapa a la ciudad de Londres, y allí conoce el submundo del hampa. El joven demostrará sus inconmovibles valores éticos.

Crimen y castigo, de Dostoyevski: Rodión Ramanovich Raskolnikov es un joven estudiante, perteneciente a una familia con escasos recursos. Para evitar que su hermana se case por dinero para ayudar, Rodión decide asesinar y robar a una vieja rica y despiadada. Pero todo se complica.

Guerra y paz, de León Tolstoi: la novela inicia en el contexto de la invasión napoleónica a Rusia. Se trata de una novela de dimensiones monumentales, en la que se registran las experiencias de varias familias nobles rusas a lo largo de medio siglo.

El jardín de los cerezos, de Antón Chejov: es una pieza de teatro que retrata a una familia aristocrática rusa arruinada. Deberán decidir entre rematar su hacienda o convertirla en un centro vacacional, lo que implica destruir el jardín de los cerezos, símbolo de la tradición familiar.

Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós: Doña Perfecta es viuda y madre de Rosario, decide casarla con su sobrino Pepe. Entre los jóvenes nace un natural afecto, pero Pepe, ingeniero citadino, choca con la intolerante Doña Perfecta y el cura del pueblo, vigilante de sus propios intereses.

El crimen del padre Amaro, de Eça de Queirós: Amaro es un joven sacerdote encomendado a una parroquia tradicional portuguesa. Amparado en el clericalismo de la aristocracia local, se entrega a sus pasiones y corrompe a Amelia, una joven devota e ilusa, arrastrada al sufrimiento.

Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain: el joven huérfano Tom Sawyer vive en un pueblo de Misisipi a cargo de su tía Polly. Tom choca con el orden establecido de los adultos. La experiencias que vive junto a su amigo Huckleberry Finn, lo llevarán a convertirse en un adulto.

Historia del realismo literario

El contexto histórico del realismo se sitúa a mediados del siglo XIX. Se caracterizó por una acelerada transformación como consecuencia del triunfo de la revolución industrial, la aparición del proletariado, la división de la burguesía, el desarrollo de la prensa y la concurrencia de nuevas teorías sociales e ideologías (nacionalismo, liberalismo, socialismo, positivismo, marxismo, etc.).

La aparición de la prensa en el siglo XIX, favorecida por la alfabetización de la sociedad, le dio a la novela realista amplia difusión. Divulgada inicialmente por capítulos, la novela realista encontró buena acogida, pues trataba los temas que preocupaban a los lectores (mayormente burgueses) y al periodismo.

Los primeros autores del realismo en formarse una reputación sólida fueron los franceses Henri Beyle –mejor conocido como Stendhal–, Honorè Balzac y Gustave Flaubert. La rápida internacionalización de la información que posibilitaba la prensa, favoreció la influencia de estos autores en el resto de Europa y en América.

Con el tiempo, el espíritu crítico del realismo puso en duda la objetividad del movimiento. Esto dio lugar a una nueva corriente llamada naturalismo. El naturalismo no significó el fin del realismo, sino que ambas corrientes convivieron.

La diferencia programática estaría en que le naturalismo se propondría retratar y mostrar la realidad circundante sin hacer juicio moral o ético sobre ella. Algunos de sus grandes exponentes fueron Émile Zola y Guy de Maupassant.

Fecha de actualización: 06/10/2020. Cómo citar: "Realismo literario". En: Significados.com. Disponible en: https://www.significados.com/realismo-literario/ Consultado: 26 de noviembre de 2020, 10:29

Antologia aperta. Traduccion al italiano del poemario de "Antologis abierta" del poeta Ramón Fernández Palmeral

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 Dopo trentadue (32) anni di poesia con pubblicazioni disperse, tanto quelle individuali quanto quelle collettive, su riviste, blog e altre poesie inedite, è arrivato il momento in cui bisogna fare un riesame di quanto si è seminato.D qui è nata questa Antologia aperta (1983-2015), perché come recita il titolo resta con la porta aperta, dal momento che il poeta ha intenzione di continuare a comporre altre poesie, perché la poesia è per lui una necessità, un’esalazione o respiro indescrivibile dell’anima e della stessa vita.Per questo motivo, questa prima antologia del poeta Ramón Fernández Palmeral resta aperta per altre eventuali antologie.Ramón Palmeral, così come anche si fa chiamare, è un poeta dell’esperienza, di difficile catalogazione, un poeta dai stili molto dissimili tra loro, guidato dal proprio istinto, dove accoglie la poesia dal verso libero e la conduce oltre ogni possibilità e conoscenza.È stato diverse volte premiato, sebbene i premi non sono, forse, il suo principale anelito. Si trova nell'antologia: “Cántiga. Poeti della provincia di Ciudad Real. Primo quarto del XX secolo " Lendoria, (2016).È stato direttore delle riviste Palmeral e Perito (letterario-artistico) ad Alicante, città nella quale risiede attualmente.In questa quinta edizione si sono riunite le poesie dedicate a Miguel Hernández e, inoltre: Tutti i fiori sono morti, finalmente uniti.Lavoro poetico:-Desolación sin nombre (1983)-Homero en Tarsis (2004)-Antologia abierta (2016)-Bocadillo de balas(2017)-La cólero de Aquiles (2017)-Lagrimaa ebrias de melancolía (2019)Traduzione italiana di Vincenzo Paglione & Roberto Sapienza.

 

Epílogo o postprefaze

 

Correspondencias

de Vincenzo Paglione

 

¿Cómo se puede clasificar a un poeta que escapa a cualquier forma de clasificación? Fueron los cubistas quienes alrededor de 1911 comenzaron a pegar trozos de papel en sus lienzos, dando lugar al collage, una forma de expresión utilizada por todos los artistas del siglo XX. Técnica que alcanzó su punto más alto con los surrealistas, quienes dieron libre expresión a la asociación de imágenes, el onirismo, el componente lúdico, el automatismo. La obra poética de Ramón Palmeral sin duda podría incluirse en la categoría de este tipo de artistas, ya que la complejidad e infinidad de las interpretaciones a las que dan lugar sus versos, muchas veces remiten a los pioneros de esa temporada artística.

El suyo es un proceso que se ocupa de la aparente distancia que existe entre la realidad de cada cosa, de cada experiencia y la impresión como posibilidad no menos distante y comprensible de esa realidad. La unión de estos elementos sugiere al lector una sucesión de imágenes contradictorias que se superponen hasta transformarse en una representación simbólica de la experiencia individual y social del autor. Él es crítico, a veces sutilmente, del comportamiento humano, la irracionalidad, la violencia y la locura que lo invaden. En otras circunstancias se expresa sin ningún tipo de autocensura, evitando ceñirse a lo políticamente correcto, para hacer evidente su abandono a las transfiguraciones que ofrece la palabra. Lo prosaico corresponde a la necesidad de incorporar diferentes sujetos y tiempos en el discurso poético, de coordinar la urdimbre poética en un orden sintácticamente complejo. En las composiciones, por tanto, emerge la inspiración más personal del autor, que es la que se nutre de la experiencia para convertirse en creación intelectual, donde se definen las características de la precaria aventura del hombre, marcada por la duda y el dolor cotidiano.

La poesía española de los primeros cuarenta años del siglo XX había llamado la atención de todos sobre el tema del conflicto entre el individuo y la sociedad, entre la razón y el sueño, entre la coherencia y la revuelta creativa, caracterizándose por ser diferente a la europea. Ramón Palmeral es un verdadero continuador de esta “tradición” que no deja de sorprender a quienes entran en contacto con ella. Sin embargo, en sus versos se observa, a diferencia de las generaciones anteriores, la falta de correspondencia con la figura del autor poeta que se valora a sí mismo como ideólogo y moralista y que había prevalecido a partir de 1939 hasta bien entrados los años sesenta. Los mejores representantes de esta época tuvieron que afrontar la muerte, el exilio y el ostracismo interno como precio a pagar contra un régimen que quiso adornarse con una literatura más acorde a su naturaleza, ávido de no rendirse hacía aquella otra que había florecido en la época de la República.

Una vez aclarada esta valoración, cuando se afirma que Fernández Palmeral sigue los pasos de las generaciones pasadas de poetas, es porque éstos supieron descubrir la forma de expresar su experiencia poblada de nostalgia, cadencias modernistas, tedio combinado con elegante lirismo, el mundo de los afectos privados, la amarga ironía del amor, la amistad, un cierto patetismo, la muerte, el surrealismo simbolista (que en el autor pretende colmar los huecos que deja el desenlace poético de una generación) y, finalmente, la sutil presencia en la vida de un Dios invisible, pero claramente personal, con el que se dialoga afablemente.

En la trayectoria poética de este poeta se observa un recorrido coherente y sólido hacia lo que podría definirse como los meandros de la cotidianidad onírica, muchas veces desagradable, pero que en todo caso marca la variedad de temas y tópicos, como prueba de un enriquecimiento de casi cuarenta años de labor.

 El tono, el ritmo, el léxico y la sintaxis de los temas tratados en esta colección están, por tanto, imbuidos de una cotidianidad vivencial subjetiva que exige participar en el devenir universal del arte poético, sin desesperación, pero con la conciencia del límite del vivir. Un hilo conductor en el que el autor ha mantenido su fe a lo largo de este tiempo, ligado a la experiencia del mundo y a las constantes referencias y correspondencias entre la realidad y la práctica del lenguaje.

 

23 de noviembre 2020

Vincenz0 Paglione

 

                Postfazione

Corrispondenze

di Vincenzo Paglione

            In che modo si può classificare un poeta che sfugge a ogni forma di classificazione? Sono stati i cubisti che intorno al 1911 cominciarono a incollare pezzi di carta nelle loro tele dando origine al collage, una forma di espressione di cui fecero ricorso tutti gli artisti del XX secolo. Tecnica che raggiunse il suo punto più elevato con i surrealisti, i quali diedero libera espressione all’associazione delle immagini, l’onirismo, la componente ludica, l’automatismo. L’opera poetica di Ramón Palmeral senza dubbi potrebbe rientrare nel novero di questa tipologia di artisti, poiché la complessità e l’infinità delle interpretazioni cui danno luogo i suoi versi, spesso si richiamano ai pionieri di quella stagione artistica.

Il suo è un processo che affronta la distanza apparente che intercorre tra la realtà di ogni cosa, di ogni esperienza e l’impressione come possibilità non meno distante e comprensibile di quella realtà. L’accoppiamento di questi elementi suggerisce al lettore una successione d’immagini contraddittorie che si sovrappongono fino a trasformarle in rappresentazione simbolica dell’esperienza individuale e sociale dell’autore. Egli si mostra critico, a volte in maniera sottile, nei confronti del comportamento umano, l’irrazionalità, la violenza e la follia che lo pervadono. In altre circostanze si esprime senza alcuna autocensura, evitando di attenersi al politicamente corretto, in modo da rendere evidente il proprio abbandono alle trasfigurazioni offerte dalla parola. Il prosaico corrisponde alla necessità di conglobare nel discorso poetico diversi soggetti e tempi, di concertare in un ordine sintatticamente complesso l’ordito poematico. Nei suoi componimenti affiora dunque l’estro più personale dell’autore, ovvero quello che si nutre dell’esperienza per tramutarsi in creazione intellettuale, dove si definiscono i connotati della precaria avventura dell’uomo, segnata dal dubbio e dal dolore quotidiano.

La poesia spagnola dei primi quarant’anni del Novecento aveva sottoposto all’attenzione di tutti il tema del conflitto tra individuo e società, tra ragione e sogno, tra coerenza e rivolta creativa, nei confronti di una cultura che si è sempre contraddistinta per il suo essere altra a quella dell’Europa. Ramón Palmeral rientra a pieno titolo come- continuatore di questa “tradizione” che non ha mai smesso di stupire a chi ne entra in contatto. Tuttavia nei suoi versi si osserva, diversamente da quelli delle generazioni precedenti, la mancanza di corrispondenza con la figura del poeta artefice che valuta se stesso come ideologo e moralista e che era prevalsa a partire dal 1939 sino a ben inoltrati gli anni Sessanta. I migliori rappresentanti di questa stagione dovettero affrontare la morte, l’esilio e l’ostracismo interno come prezzo da pagare nei confronti di un regime che voleva ornarsi di una letteratura più confacente alla sua indole, desiderosa di non demeritare al confronto con quella fiorita al tempo della Repubblica.

Fatta questa valutazione, quando si afferma che Fernández Palmeral segue le tracce delle passate generazioni di poeti, è perché essi seppero scoprire il modo di esprimere la loro esperienza popolata di nostalgie, di cadenze moderniste, il tedio unito a un lirismo elegante, il mondo degli affetti privati, l’amara ironia dell’amore, l’amicizia, il patetismo vago, la morte, il surrealismo simbolista (che nell’autore è destinato a supplire i vuoti lasciati dalla fine poetica di una generazione) e, infine, la sottile presenza nella vita di un Dio invisibile, ma chiaramente personale con il quale si conversa in maniera bonaria.

Nel percorso poetico di questo poeta si può osservare un coerente e solido viaggio verso quelli che si potrebbero definire i meandri della quotidianità onirica, sovente sgradevole, ma che comunque segna la varietà di tematiche e argomenti trattati, a riprova di un arricchimento temporale pressoché quarantennale.

 Il tono, il ritmo, il lessico e la sintassi dei temi trattati nella presente silloge sono, quindi, intrisi di una quotidianità esperienziale soggettiva che reclama di partecipare al divenire universale dell’arte poetica, senza disperazione, ma con la consapevolezza del limite del vivere. Filo conduttore a cui l’autore ha tenuto fede lungo tutto questo tempo, legato all’esperienza del mondo e dei continui rimandi e rispondenze tra realtà e pratica del linguaggio.

 

                                                                                           23 novembre 2020

 

 


 

                    Curriculum Vitea

 

Ramón Fernández «Palmeral» è nato a Piedrabuena (ciudad Real) nel 1947. Malaghegno di adozione, dove ha trascorso la sua infanzia e la sua gioventù, risiede ad Alicante dal 1990. Collabora con i mezzi di comunicazione e riviste specializzate dove ha pubblicato studi monografici su Miguel Hernández, Ramón Sijé e Carlos Fenoll.

Ha realizzato studi di Geografia e di Storia a Castellón de la Plana, ha seguito studi di Diritto a Granada. Ad Alicante è stato fondatore delle riviste illustrate PALMERAL (di carattere Poetico-Artistico), PERITO (di carattere Letterario-Artistico), le riviste digitali NUEVO IMPULSO e Miguel Hernández. Multimedia-centenario.Partner d'onore di specchio di alicante.Parner Adeneo de Valencia. È direttore dell’editrice Palmeral. Ha collaborato con articoli di opinione nei quotidiani Información, La Verdad, Noticias de Alicante e in riviste: Utopía (Axarquía), El Eco Hernandiano(digital empresa), Estudios Monoveros (illustrazioni). Ha partecipato anche nella pagina digitale della Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Orihueladigital, Baquiana (Miami), Alicante hoy,Perito, Mundo Cultural Hispano; riviste stampate quali Anthropos, Auca, Ágora, Letralia, Numen, Diario de Alicante, El Monárquico, Hoja del lunes.com, Wall Street International Magazin. Ha partecipato nei recital della provincia di Alicante.

 

Dirige il blog POESIA PALMERIANA.

 

http://poesapalmeriana.blogspot.com/

 

 

POESIA

 

·         Desolación sin nombre (1983)

·         Homero en Tarsis (2004)

 A  Antología abierta (2016) (En castellano)

·         Antología abierta (2016) (Tradotto in italiano)

·         Bocadillo de balas (2017)

·         La cólera de Aquiles (2017)

·         Lágrimas ebrias de melancolía (2019)

 

Ha pubblicato i seguenti volumi di saggistica: Encuentros en el IV Centenario del Quijote (2004), Buscando a Azorín por la Mancha (2005), Tras los pasos de Juan Goytisolo por los Campos de Níjar (2005), Singladuras por la comarca de Vinalopó(2006); Buscando a Anonio en Soria y Baeza (2006); il romanzo breve El héroe de Nador, El rey de los moriscos, El cazador del arco iris. Buscando a Antonio Machado en Soria y Baeza (2006)La princesa Anuati-Matua (2020), La baronesa desnuda (2020); i volumi Monográfico Lorquiano. Federico García Lorca Poeta en Nueva York (2019). Secretos para escribir novelas y relatos (Amazon, 2016). De la creación poética, Exégesis de las Elegias de Duino de Rilke, Glosada de candente horror de Juan Gil-Albert. Glosada de Canto de Teresa de Espronceda.

 

È autore di testi su argomenti hernandiani: El hombre acecha como eje de la poesía de guerra (2004), Simbología secreta de «Perito en Lunas» (2005), Doce artículos hernandianos y uno más (2005), Simbología secreta de la decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas de Ramón Sijé (2006), Monográfico Hernandiano (2010), Simbología secreta de Viento del Pueblo (2010), Carlos Fenoll: Trayectoria vital y poética(2012), Ramón Sijé, el Estigmatizado (2013), Miguel Hernández, el poeta del pueblo en 40 artículos (Editorial ECU, 2019), Miguel Hernández, el poeta de las tres heridas (Amazon, 2013 e 2019), Herméutica de Hombre a la deriva de Manuel Molina, Centenario de Vicente Ramos Elegías de Guadalest.

 

Ha partecipato a congressi e presentato diverse conferenze intorno alla tematica hernandiana, Juan Gil-Albert y Marino Bendetti.

 

Biografia in Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Ram%C3%B3n_Fern%C3%A1ndez_Palmeral


 

 

"Poemas humano" de César Vallejo.

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Tengo un miedo terrible de ser un animal
de blanca nieve, que sostuvo padre
y madre, con su sola circulación venosa,
y que, este día espléndido, solar y arzobispal,
día que representa así a la noche,
linealmente
elude este animal estar contento, respirar
y transformarse y tener plata.

Sería pena grande
que fuera yo tan hombre hasta ese punto.
Un disparate, una premisa ubérrima
a cuyo yugo ocasional sucumbe
el gonce espiritual de mi cintura.
Un disparate... En tanto,
es así, más acá de la cabeza de Dios,
en la tabla de Locke, de Bacon, en el lívido pescuezo
de la bestia, en el hocico del alma.

Y, en lógica aromática,
tengo ese miedo práctico, este día
espléndido, lunar, de ser aquél, éste talvez,
a cuyo olfato huele a muerto el suelo,
el disparate vivo y el disparate muerto.
¡Oh revolcarse, estar, toser, fajarse,
fajarse la doctrina, la sien, de un hombro al otro,
alejarse, llorar, darlo por ocho
o por siete o por seis, por cinco o darlo
por la vida que tiene tres potencias.

 

Barcelona, 1939


Almería, ciudad espiritual del sufismo, por Manuel Cuenya

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sábado, 25 de agosto de 2018


Continúo con mi periplo almeriense, entre el mar y el desierto (único en toda Europa), bajo una luz dorada, embriagadora. 
En mi primera etapa, si tal puede decirse, con el descubrimiento del narrador, ensayista y poeta Juan Goytisolo, gran conocedor del mundo árabe. No en vano hablaba árabe, el árabe dialectal con el que se cuentan los cuentos de las mil y una noches, amén de otros cuentos, en la Xemáa-El-Fna, la plaza marrakchí que él convirtiera en patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad. 


Y en una segunda (mi reciente viaje durante la pasada Semana Santa) con otra revelación, en este caso el intelectual y poeta ourensano José Angel Valente (Galicia ha dado y sigue dando grandísimos escritores, me fascina, León también), cuya vida y obra me está procurando una inmensa alegría: descubrir su cosmopolitismo (Ginebra, París, Oxford, profesor visitante en Estados Unidos...), su Misticismo, su Humanismo (era un sabio renacentista) y su pasión por Almería, gracias a su amigo Juan Goytisolo. 
Nopalitos almerienses


Descubrir sus letras, su poesía marina y luminosa. "El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es color, es tan sólo la luz. Y la luz sucedía a la luz en las láminas de tenue transparencia. El cabo baja hacia las aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento, la perfección del sacrificio, delgadez de la línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá, los dioses y los mares. Siempre. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cultura, a tus labios mojados por el tiempo, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. El descenso afilado de las piedras hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el vicio de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada". Sublime, Valente. 
Calle Valente

Al parecer, Almería llegó a ser uno de los principales centros del sufismo esotérico de Al-Andalus, una metrópoli espiritual de todos los sufíes españoles. El sufismo como senda espiritual. Danzar a ritmo sufí como un derviche giróvago hasta alcanzar el éxtasis, entrar en trance, levitar. Elevarse literalmente del suelo girando como una peonza durante varios minutos, mientras se activan las endorfinas (opiáceos endógenos). Una espiritualidad deudora, en todo caso, de la bioquímica, la neuroquímica, la neurociencia. 
El espíritu como una suerte de energía. La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, ¿en qué? 

Ansío ser espiritual, cada vez más. Aunque no creo en ninguna religión. Y el sufismo es, si no me equivoco, una suerte de misticismo islámico. Y el Islam (como todas las religiones, en verdad) ya sabemos cómo se las gasta. 
Trepando a la Alcazaba

La figura de Valente me ha ayudado a reflexionar, una vez más, acerca de lo espiritual, lo religioso, la luz y el mar almerienses, en cuyo Cabo de Gata (Cabo de las Ágatas) viviera, hace algunos años, otro descreído (harto combativo sobre todo contra el islamismo, "es la religión más imbécil de todas", llegó a decir) llamado Michel Houellebecq, el enfant terrible de la literatura francesa contemporánea, quien fuera invitado, hace años, por el Club Leteo (qué grande primo poeta Rafa Saravia) a León. De la mano también de otro iluminado, Fernando Arrabal ("el milenarismo ha llegado...").

Sobre estos dos fenómenos podrías contarnos muchas historias, amigo Rafa. 
Cerro Alfaro-Tabernas

Mientras tanto, prosigo con Valente, enamorado de la Alcazaba, el desierto de Tabernas (el cerro Alfaro como emblema cinematográfico, esto me lo dice una oriunda), el Cabo de Gata (La memoria y la luz), incluida la bella y sugerente isleta del Moro, cuyas palabras me cautivan, me hipnotizan, siempre a ritmo sufí, acaso para no perder el ritmo, la musicalidad de las palabras, su carnalidad. Y aun su espiritualidad. "El sol caía del otro lado de la Alcazaba. Descendían las nubes como interminables pájaros de fuego más allá de las cuevas de las palomas. Todo era puro espacio de la mirada que, en realidad, no existe, sino que resulta una invención de visibles...Y nada hay en este espacio, sino fuego y líneas de color extremado... Quisiéramos crear una palabra, una sola palabra, que fuese igual a este espacio quieto e infinito donde, sin embargo, el mundo muere y nace al otro lado de su propia imagen...
Muralla Jairán y cerro de San Cristóbal



 Hemos seguido el sol desde hace mucho, desde el comienzo de los tiempos, dicen. Lo hemos seguido. Se va más allá, del otro lado de sí, se sume en el costado opuesto de la luz, herido por la lanza. Cáliz, este espacio de fuego, grial de sangre, donde humillo mis fauces. Inexhausto... Estos terrados, de la vieja ciudad, que encuadran el remate del patio de luces en la vivienda almeriense tradicional, sirvieron antaño para múltiples usos. Se utilizaban como pajareras para la cría de palomas, según aún se hace ahora, pero también para la simple cría de gallinas y pollos, como abajo el sótano -provisto de pila y aljibe- podía ser espacio ritual de la familiar matanza... El terrado es un elemento vivo y fuerte, muy fuerte, de la habitación humana en el oriente andaluz. Cierra la casa o la cubre, pero también la descubre o abre hacia lo celeste, como se abre la palma para recibir la soberana luz. Subamos, pues, a la azotea o terrado para que el visitante, nuestro amigo, vea en el crepúsculo el rápido vuelo cruzado de los vencejos. Desde allí se avizora un paisaje urbano de blancas casas cúbicas y terrados planos, la piedra y la tierra desecada por el sol y por la miseria del cerro de San Cristóbal, la Alcazaba al poniente. 
Tetería Almedina-Almería

La luz, la naturaleza, las techumbres, las viviendas mismas pertenecen a otra geografía, a otra cultura. En el corazón de la ciudad vieja, desde lo alto, nos soñaríamos sin dificultad en algún lugar del Magreb... Cuando escribo estas líneas tengo ante mí la silueta de la Alcazaba de Almería en la luz, ya un poco vencida, de la tarde. En los terrados vecinos un grupo de hombres jóvenes regula con silbidos el vuelo de una bandada de palomas con las alas pintadas.. En ésta (la Alcazaba) o en sus aledaños debió de nacer el futuro maestro de espirituales, para el que su padre había escogido el oficio de tejedor. Y de algún modo lo fue: tejedor de más sutiles y delicadas tramas. 


Almería 

“La ciudad de Almería era en aquella época -escribe Asín Palacios- el principal foco del sufismo esotérico de Alandalus […]. Al comenzar el siglo VI de la hégira, en plena dominación almorávide, Almería vino a ser la metrópoli espiritual de todos los sufíes españoles.”... Tierras éstas, ya entonces recónditas y extremas, de monjes y de místicos (como la Tebaida berciana, agrego)... Entre la Alcazaba y la azotea donde escribo vuela en amplios círculos una bandada de palomas con las alas pintadas. La luz se reduce hacia el poniente. Tales hombres habitaron este mismo lugar. Acaso, de algún modo, lo habitan todavía. O acaso, digo, nosotros escribimos aún sobre sus respiraciones sumergidas, sobre las tenues, no visibles membranas de su espíritu, sobre la latitud de su resurrección".
Almería
Almería, llena de luz y belleza, como una prolongación natural del espacio marroquí (ambiente, teterías y restaurantes asegurados) me devuelve a mi tierra del Bierzo, a mi Tebaida de Gistredo. Y aun a la Tebaida del Silencio. Y la de Peñalba. Pero también, con sus cortijos y ermitas abandonadas, con sus cactus y nopalitos, me hace fabular con México, ese otro país que me trastocó para siempre. Y al que deseo volver en algún momento.  

Esos paisajes almerienses que me hacen pensar, de un modo inevitable, en las imágenes de Rulfo (fotógrafo y escritor), de ese México profundo, telúrico, misterioso. 
Molino de viento en Cabo de Gata

Como misterioso y extraño se le antoja el Cabo de Gata (Ágata, precioso nombre) a otro ilustre escritor leonés, Andrés Trapiello, de la saga de los Trapiello, entre los que también están el ingenioso Pedro Trapiello  (su Cornada de lobo es de lectura obligatoria) y Andrés Martínez Trapiello (Trapi, narrador y fotógrafo, que aparece como cura en Viene una chica, de  nuestro querido paisano Chema Sarmiento). 
Misterioso Cabo de Gata, poblado por molinos de viento, que se asemejan a los gigantes manchegos que alucinara Don Quijote en sus andanzas y desventuras por nuestra España cervantina, incluso por nuestras montañas leonesas. De Almería a León sólo hay un pasito. Es cuestión de asomarse a la ventana del mundo

José Angel Valente: aproximación biográfica, por Claudio Rodriguez Fer

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                                  (Retrao a plumilla y läpiz de Ramón Palmral (Copyrite 2020)

 José Angel Valente: aproximación biográfica

Claudio Rodríguez Fer.

A pesar de su enorme prestigio intelectual y de la significación ética y literaria que ha alcanzado en Europa, José Angel Valente sufrió antes de morir cierta contestación en Almería y fue una presencia incómoda para algunos personajes que ocupan cargos institucionales en nuestra ciudad. Con el fin de que nuestros lectores -y los citados responsables culturales, universitarios y políticos- se hagan cargo de la verdadera dimensión de su obra, que algunos críticos consideran heredera de la poética de San Juan de la Cruz, reproducimos el artículo del profesor Claudio Rodríguez Fer, publicado por la Residencia de Estudiantes y Alianza Editorial con motivo del homenaje que recibió en Madrid.

José Ángel Valente, sin duda uno de los escritores más importantes y significativos de la literatura española de postguerra, es también una de las personalidades intelectuales más relevantes y particulares de la cultura europea del siglo XX, tal como creemos que evidencia la polifónica compilación de estudios que le dedicamos en el volumen de la serie El escritor y la Crítica (Taurus, 1992) a él consagrado. 


Nacido en Ourense el 25 de abril de 1929, Valente vivió su infancia y su adolescencia en Galicia, en cuya Universidad -la de Santiago, la única entonces existente- comenzó a estudiar Derecho. En los años cuarenta publicó versos en gallego y se relacionó con el galleguismo cultural, actitud lingüística que rebrotará en los años ochenta con el poemario Sete cántigas de alén (1981), luego ampliado en Cántigas de alén (1989), y con otros escritos en prosa de motivación galaica, que hemos recogido, junto a nuevos poemas gallegos, en Material Valente (1994). Además, Galicia -y particularmente su ciudad natal- tiene también una notoria presencia en su obra en castellano.


Instalado en Madrid en 1947, se licenció allí en Filología Románica y se vinculó a las más activas plataformas culturales de la postguerra en España, adoptando un lúcido y responsable posicionamiento crítico. Desde 1955 fue miembro del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Oxford, donde recibió el grado de Master of Arts, y, desde 1958, ejerció como funcionario de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra.


El inevitable distanciamiento de los mundillos culturales españoles y su consiguiente inmersión en el conjunto de la vida intelectual europea acentuaron aún más, si cabe, su serena independencia y su conexión con interesantes manifestaciones artísticas y literarias del continente, aunque en todo momento se mantuvo preocupado por la situación sociopolítica española en activa solidaridad antifranquista, como revela, por ejemplo, su colaboración con las iniciativas de los emigrantes gallegos y no gallegos en Suiza.
A partir de 1975 residió, sucesivamente, en Collongues-sous-Salève, localidad ubicada en la Alta Saboya francesa, y París. En 1985 estableció residencia en Almería, que actualmente compagina conlas de Ginebra y París. Reconocido mundialmente en los más exigentes medios culturales como un creador y como un intelectual fundamental en el panorama europeo de fin del milenio, su presencia en la vida artística y literaria internacional es ya tan necesaria como imprescindible en lo ético y en lo estético.

Trayectoria poética
SU trayectoria poética castellana es sobradamente conocida por el lugar central que ocupa en la literatura española de postguerra y por su progresiva apertura a la más avanzada modernidad europea. Así lo atestiguan sus libros y opúsculos, que, tras A modo de esperanza (1955), fueron apareciendo en los años sesenta -Poemas a Lázaro (1960), La memoria y los signos (1966), Siete representaciones (1967), Breve son (1968),- setenta -Presentación y memorial para un monumento (1970), El inocente (1970), Interior con figuras (1976), Material memoria (1978)- ochenta -Tres lecciones de tinieblas (1980), Estancias (1981), Tránsito (1982), Mandorla (1982), El fulgor (1984), Nueve poemas (1986), Al dios del lugar (1989)- y noventa -No amanece el cantor (1992), Nadie (1994), Catro poemas inéditos (1995).


Con el título de Punto cero recogió su poesía en 1972 (incluyendo también Treinta y siete fragmentos, obra no publicada en edición independiente hasta 1989) y en 1980, tras lo que reunió su producción posterior a dicha fecha en 1989 con el título de Material memoria. Fue antologado en Noventa y nueve poemas (1981) por José Miguel Ullán, y en Entrada en materia (1985) por Jacques Ancet, así como traducido al francés, portugués, italiano, inglés y alemán en libros y revistas editados en Francia, Canadá, Bélgica, Portugal, Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania. Además, alguno de sus poemas castellanos fue traducido al gallego, mientras que su obra en gallego fue traducida al castellano y al catalán. Esporádicamente, escribió también versos en francés, como los contenidos en el pliego A Madame Chi, en remerciement du réveil (1982). (…)

Narrativa y ensayo
Cultivador de la más rigurosa prosa poética y narrativa, su primera obra de este género, Número trece (1971), fue secuestrada por la censura franquista y le ocasionó un auto de procesamiento, pero pudo ser parcialmente reunida en El fin de la edad de plata (1973), ciclo complementado más adelante con Nueve enunciaciones (1982) y finalmente reunido en El fin de la edad de plata seguido de Nueve enunciaciones (1995).


Colaboró muy asiduamente en la prensa cultural española de postguerra, a veces de modo polémico, pero siempre esclarecedor. Buena parte de sus ensayos esparcidos por medios diversos fueron reunidos en Las palabras de la tribu (1971) y en La piedra y el centro (1983). A este último volumen incorporó su “Ensayo sobre Miguel de Molinos”, que había servido de introducción a la edición de Guía espiritual, seguida de Fragmentos de la “Defensa de la contemplación”, de dicho místico heterodoxo (1974), textos sobre los que volvió en prólogo y edición posteriores (1989). Como Lectura en Tenerife (1989) fue publicada una presentación y selección de textos propios leídos en dicha isla. Posteriormente, publicó Variaciones sobre el pájaro y la red en volumen compartido con La piedra y el centro (1991). En la misma línea, prologó Cántico espiritual y Poesías. Manuscrito de Jaén (1991), de San Juan de la Cruz, y coeditó, con José Lara Garido, Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz (1995).

Reconocimiento y heterodoxia
EL reconocimiento crítico de la obra en verso y en prosa de José Ángel Valente fue inmediato y perdurable, aunque no siempre estuvo a la altura de su calidad literaria. Su primer libro, A modo de esperanza, obtuvo el Premio Adonais de 1954, mientras que el segundo, Poemas a Lázaro, recibió el Premio de la Crítica en 1960. Después de un cierto desapego de los medios culturales españoles en beneficio de su independencia moral y creativa, se reanudó su reconocimiento en aquéllos al concedérsele de nuevo el Premio de la Crítica (en 1980, por Tres lecciones de tinieblas), el Premio de la Fundación Pablo Iglesias (en 1984), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (en 1988), el Premio Nacional de Poesía (en 1993, por No amanece el cantor) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 1999, por el conjunto de su obra. Por lo demás, desde el principio, su obra mereció la atención de importantes estudiosos y escritores, a veces significativamente relacionados con espacios diversos de Europa, de África y de América, como puede comprobarse en la ya muy nutrida bibliografía existente sobre aquélla. (…)


Manifestación de la verdadera vanguardia y conciencia crítica de la sociedad contemporánea, la obra literaria y la reflexión intelectual de José Ángel Valente constituyen, en suma, una aportación honesta, radical, completa y absolutamente ejemplar a la cultura de la búsqueda y del conocimiento.

Valente y Carmen Martin Gaite: Vidas hijaldas

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José Ángel Valencie, retrato dibujo de plumilla y lápiz por Ramón Palmeral (Copyrait) 2020

Martín Gaite y Valente: vidas hiladas

Con el décimo aniversario de la muerte de ambos autores, que se celebra esta semana, las recuperaciones de su obra demuestran la vigencia de sus escritos

BRAULIO GARCÍA JAÉN

La segunda vez que Lucila, la hija mayor de José Ángel Valente (1929-2000), pisó la casa donde vivía su padre desde hacía 14 años, se quedó dos meses, de los últimos en la vida del poeta. Lucila Valente (1955, Ceuta) recuerda, desde su casa en Ginebra, el reloj que le envió por entonces a Carmen Martín Gaite. "Yo la llamé desde Almería, aunque no sabía que estaba tan enferma. Andaba un poco mosca con ella porque hacía tiempo que no sabía nada", dijo. Finalmente José Ángel Valente murió, ayer hizo diez años, en Ginebra, donde poco después, Lucila recibió una llamada. "Era la secretaria de Carmen, para decirme que había muerto Calila".

Calila es como Lucila llamaba a Carmen Martín Gaite (1925-2000), que murió cinco días después que Valente: el próximo viernes hará una década. Sus trayectorias literarias apenas sí se habían cruzado una vez, en 1988. Entonces, ambos recibieron, ex aequo, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. "Siempre hubo esa trama extraña: murieron sus dos hijos en parecidas circunstancias por problemas con las drogas, les dieron el premio juntos y murieron casi el mismo día", recordaba Lucila.

La hermana de Gaite: "He sido muy pudorosa para publicar inéditos"

Sobre la obra, hay que señalar también la revisión de Martín Gaite sobre el libro de Valente, Al dios del lugar: "Es una reseña preciosa que recogí en Tirando del hilo, (Siruela)", explica José Teruel, director de las Obras Completas de la salmantina, cuyo tercer volumen acaba de editar Galaxia Gutemberg. "Valente en cambio nunca escribió sobre ella, lo que no tiene nada de particular: nunca lo hizo sobre narradores de su tiempo", precisa Claudio Rodríguez Fer, director de la Cátedra José Ángel Valente, en Santiago de Compostela.

El otro nexo biográfico entre los dos escritores es Ana María Martín Gaite, que sigue pasando los veranos en el pueblo de El Boalo, en la casa blanca con tejado de pizarra de la sierra madrileña. Hace unos días, se quitó la gorra que usa para salir, con sus 86 años, al sol, y dentro ya de la casa mostró la última obra de su hermana. "Poco antes de morir, quiso instalarse en esta habitación, pero le gustaba tener un baño para ella sola: así que hizo los dibujos, una maqueta y fíjate lo que quedó: !Una pasada!", cuenta. Carmiña no llegó a ver terminado el amplio y luminoso baño que prolonga una pequeña habitación, con una cama sin respaldo encajada, un armario y una mesa de escritorio: "Esta mesa es de Rafael [Sánchez Ferlosio, su ex marido], que aquí sigue: ni a él ni a ella nunca le han importado las cosas materiales", dice.

"Calila nos hacía concursos de escritura", recuerda la hija de Valente

Ana María Martín Gaite (Salamanca, 1924) y José Ángel Valente fueron buenos amigos desde que en 1963 se reencontraran, ella trabajando como documentalista en Naciones Unidas y él como traductor en la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra. La familia Martín Gaite había pasado algunos veranos en la tierra de Valente. "En vacaciones, de niños nos llevaban a jugar al patio a un colegio de monjas en Ourense. Había una monja, Sor Sabrina, que creo que estaba locamente enamorada de Valente. A los demás nos molestaba mucho, claro. Luego yo se lo decía a él en Ginebra: Te tengo manía desde siempre. Tú eras el guapo, el delicioso, el niño rico, ¿y nosotros qué? ¡Una mierda, éramos!'. Se lo decía y él se moría de risa", recuerda sonriendo.

"Ana María siempre que estaba en Ginebra venía a casa", explica Lucila Valente, que se iba a convertir en la mejor amiga de Marta, la hija de Carmiña y Ferlosio. "Fui a El Boalo porque me llevó Ana María. Yo debía de tener diez años. Fue un verano en el que primero estuve en Las Caldas de Besalla, en Cantabria. Recuerdo que había una estación de tren, como en el monte, donde me dejó mi madre y me fui hasta Madrid con el Talgo. Allí me esperaban Ana María con un dos caballos sus padres eran muy divertidos y un chófer, porque no conducían [risas]. Nos fuimos directamente a El Boalo y allí conocí a Marta. Ella ha sido una de mis amigas más íntimas", recuerda.

Eloy Tizón: "Ambos están muy presentes en la vida cultural española"

¿Y vuestra relación con la literatura, teniendo a dos gigantes en casa? "Calila nos hacía concursos de escritura. Todavía tengo un cuaderno suyo inmenso, con tapas duras, que ponía "Borrador" y que me regaló con una dedicatoria. Yo le había escrito un cuento que le gustó mucho", explica Lucila. Se esfuerza en remarcar las diferencias de relación entre las dos amigas con el poeta: "En mi casa, nada que ver. Mi padre era distinto. La escritura era suya. La biblioteca era suya", añade.

El escritor Eloy Tizón (Madrid, 1964), recuerda el papel casi de maestra de Martín Gaite. "Era una escritora muy consagrada, pero que tenía mucha curiosidad por los que acabábamos de llegar a la literatura. Y en el trato de tú a tú te hacía sentir muy cómoda, sin establecer ningún tipo de barrera". Para el autor de Parpadeos (Anagrama): "Valente y Martín Gaite eran muy distintos, pero diría que la obra de ambos estaba marcada por el signo de la exigencia, porque su literatura perdura. Y por eso, diez años después, siguen estando muy presentes en la vida cultural española", explica.

La relación de Lucila con su padre, sin embargo, en su caso fue acercándose con el tiempo: "A medida que me fui convirtiendo en una adolescente, me hablaba de lo que escribía. Y yo traducía algunos de sus poemas al francés". Hasta que se truncó: "En 1979 se fue de casa, con una señora, y para mí fue un drama". Valente se casó luego con su segunda mujer, y en 1986 regresó a España (de donde había salido en 1953 para un lectorado a Oxford), y se fue a vivir a Almería.

Marta Sánchez Martín murió en 1985, con 26 años. Una desgracia que robusteció la amistad entre Calila y Lucila Valente: "No había ido al entierro, pero a los dos meses me cogí un avión y fui a verla. Si yo estoy así, cómo estará su madre, pensaba. Me fui a verla y me metí en aquel piso con ella y ahí empezó una relación muy especial y muy intensa". Lucila explica que hablaban cada 15 días: "Cuando se encontraba triste y agobiada me llamaba. Tengo arrepío', me decía, que es una palabra que ella se inventó".

El Príncipe de Asturias los reunió a ambos en Oviedo en 1988. "En un momento en que la relación con mi padre era tan tenue y con Calila tan fuerte, que le dieran el premio a los dos, fue muy extraño", cuenta Lucila. En su discurso, Martín Gaite, que lo pronunció en nombre de ambos, se refirió a los años de Ourense, donde después del patio de las monjas, se habían vuelto a cruzar, de jóvenes, pero sin saberlo.

El tercer hijo de Valente, Antonio, también moriría muy joven, en 1989. "Para él también fue un drama brutal. Destructor. Mi padre escribió muchos poemas a raíz de él", según Lucila. "De hecho, buena parte de la imagen grave y doliente del último Valente descansa en la impresión causada por estos últimos poemas, pero José Ángel fue un hombre vitalista y divertido con el que yo mismo me reí hasta llorar en infinidad de ocasiones", señala Claudio Rodríguez Fer, poeta y amigo íntimo de Valente.

La Catedra José Ángel Valente de la Universidad de Santiago, a la que el poeta legó su biblioteca y sus archivos y que dirige Caludio Rodríguez Fer, editará en breve dos libros como homenaje a los diez años del fallecimiento del autor de Fragmentos de un libro futuro.

En esta década, Ana María ha rescatado obras que su hermana nunca publicó. Entre ellas, destaca Cuadernos de todo (Areté), una voluminosa selección del centenar de cuadernos de notas que llevó durante su vida la autora de Nubosidad variable. "Yo he sido muy pudorosa para publicar inéditos. ¿Qué sabía yo si a ella le hubiera gustado publicarlos? Hasta que leyéndolos me encontré con un apunte definitivo: Si algún día tuviera tiempo, fuerzas y ganas haría una selección para publicarlos´, así que lo hice", cuenta.

El día que presentó el volumen de Narraciones breves, teatro y poesía de sus obras completas, Ana María recordó una de las obsesiones que acompañó a su hermana hasta la muerte: "¿Anita, qué hago con el legado de la memoria? Sólo quedas tú, me decía", le preguntó. El viernes, en la casa de El Boalo, junto al despacho donde la autora de El cuento de nunca acabar pegaba la mesa a la ventana, para escribir, lo recordó: "Esta casa ha estado llena de historias durante tres generaciones. Pero yo soy la última de Filipinas, detrás de mí, el diluvio", dijo.

Lucila Valente volvió a retomar, con los años, el contacto con su padre. "Y tu amiga Carmiña, me decía...", cuenta Lucila que le decía su padre sobre su relación con Carmen Martín Gaite, dando a entender que quizás él tuviese celos. La única vez que Lucila estuvo en su casa de Almería antes de que Valente muriese, él estaba en París, donde todavía vive su segunda esposa.

El mundo secreto de Valente, Por Daniel Roldán Madrid

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                                        Retrato dibujo de plumilla y lápiz por Ramón Palmeral

El mundo secreto de Valente

‘Diario anónimo’ recoge los pensamientos, los poemas y los reflejos de la vida cotidiana del escritor gallego

DANIEL ROLDÁN MADRID
José Ángel Valente con su mujer Coral Gutiérrez en Ginebra / Archivo familiar/
José Ángel Valente con su mujer Coral Gutiérrez en Ginebra / Archivo familiar

Durante sus últimos años de vida, José Ángel Valente (Orense, 1929 Ginebra, 2000) se dedicó a tirar papeles. Sabedor de que no le quedaba demasiada arena en el reloj, ya que estaba muy enfermo de cáncer, ordenó sus múltiples anotaciones, facsímiles, libros y cualquier otra cosa que estuviera en su poder. Guardó, tiró, revolvió y volvió a tirar. Pero siempre guardó una serie de cuadernos que le habían acompañado durante más de cuarenta años. Esos centenares de hojas manuscritas fueron guardadas celosamente por Coral Gutiérrez, compañera sentimental del poeta, durante casi una década. Hasta que se los dió a Andrés Sánchez Robayna, experto en poesía española del siglo XX y editor de las antologías poéticas del orensano, para que pudiera orden en ese cúmulo de apuntes.

Así surgió Diario anónimo, un conjunto de textos que conforman una bitácora gracias a que están fechados. Porque el libro publicado por Galaxia Gutenberg difiere mucho de ser un diario común. Valente hace referencias íntimas u ofrece datos personales dolorosos o hirientes, pero también va más allá. Ofrece su singular versión de una evolución intelectual y creadora durante más de cuarenta años. El poeta comienza con este diario cuando tiene 31 años y le acompaña hasta el mismo mes de su fallecimiento hace once años. En este diario, Valente lo mezcla todo. Hay apuntes sobre la actualidad literaria en cuatro idiomas, señala Sánchez Robayna, que ha dirigido la publicación de esta edición.

El escritor juega también con su cuaderno de apuntes. Como por ejemplo con las ediciones de Punto cero, donde hizo poner una cita: La palabra ha de llevar al lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad. Valente lo firma como diario anónimo. Una alusión, tal vez un guiño, al cuaderno donde plasmaba sus vivencias. Aunque, con matices. Es un diario su generis, comentó Sánchez. Valente creía que la vida de un poeta no tenía interés. Insiste en que el escritor debe huir de la vida pública e incluso rehuía de las fotografías, indica. Tal es la peculiaridad de este texto, que el poeta orensano no dice ni una sola palabra sobre un viaje que realizó en 1961 India para un trabajo de la Organización Mundial de la Salud donde cayó enfermo el primer día. Recurre al humor y a la ironía para relatar, de forma concisa su rastro en Barcelona por parte de la Brigada Social. Y también se muestra mudo sobre el consejo de guerra que vivió en 1973 por culpa del cuento El uniforme del general, incluido en el volumen El número trece.

Crítico

Diario anónimo también demuestra al Valente más crítico. No solo consigo mismo, sino con sus propias creaciones. Poemas a Lázaro es el libro que menos me gusta, llega a decir. Y eso que ganó el Premio de la Crítica catalana en 1960. Asimismo tiene cabida la admiración, como la que siente por el poeta cubano José Lezama Mila. Esta relación comenzó cuando cae entre las manos de un veinteañero Valente una antología de poetas cubanos. Enseguida se queda asombrado por el autor de Paradiso. La filósofa y ensayista María Zambrano fue el vaso comunicante entre los dos escritores, que se conocieron en 1967 cuando Valente viaja a La Habana. Su entusiasmo es absoluto, añade Sánchez Robayna. Se intercambiaron libros y cartas; y desde ese año, las referencias al cubano son constantes en los cuadernos de este poeta, considerado uno de los más importantes de la lírica hispánica de la segunda mitad del siglo XX.

Su obra comenzó en 1955 con A modo de esperanza, e incluye títulos tan significativos como La memoria de los signos (1966), El inocente (1970) o Material memoria (1979). Como crítico y ensayista, Valente es autor de libros como Las palabras de la tribu (1971), La piedra y el centro (1983) o Variaciones sobre el pájaro y la red (1991).

La gallega Alba Cid Fernández gana el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández de España

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La gallega Alba Cid Fernández gana el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández de España

• Martes 20 de octubre de 2020
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Alba Cid
Alba Cid recibirá el galardón por su obra Atlas.

La escritora Alba Cid (Orense, 1989) se alzó con el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2020, que otorga el Ministerio de Cultura y Deporte de España y está dotado con 20.000 euros, según anunció esta entidad el martes 20 de octubre.

La autora obtuvo el galardón por su obra Atlas (Galaxia, 2019), que según el jurado constituye “una reflexión sobre cómo la literatura elabora mapas de la realidad y sobre el valor moral que puede tener la literatura como problematización del mundo”.

“Atlas”, de Alba Cid
Atlas, (Galaxia, 2019), el libro con el que Cid obtuvo el premio, es una obra “escrita con la lógica del asombro y llena de referencias culturales”, según el jurado. Disponible en Amazon

En el fallo también se señala que el libro “es poesía tanto del conocimiento como de la emoción, y presenta una nueva cartografía en la que se funden el mapa del cuerpo con el del planeta, la memoria y el enigma”, agregando que es una obra “escrita con la lógica del asombro y llena de referencias culturales que se contemplan desde una mirada excéntrica que fermenta en rebeldía”.

Poeta e investigadora en poesía contemporánea, Cid ha participado en volúmenes como Poética da casa (2006) y en la antología de Apiario No seu despregar (2016). Publica textos de creación y reseñas en revistas como Grial, Luzes, Tempos Novos y Dorna, y es colaboradora de Radio Galega.

Poemas suyos han sido traducidos al castellano, griego, inglés y portugués, y han aparecido en Oculta Lit, The Offing y Poem-a-Day, una serie web de la Academy of American Poets. Actualmente está a cargo del Centro John Rutherford de Estudios Gallegos de la Universidad de Oxford.

La presidenta del jurado fue María José Gálvez Salvador, directora general del Libro y Fomento de la Lectura de España, y la vicepresidenta Begoña Cerro Prada, subdirectora de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas.

Además lo conformaron Luis Goytisolo Gay, por la Real Academia Española; Manuel Rivas Barrós, por la Real Academia Gallega; José Manuel López Gaseni, por la Real Academia de la Lengua Vasca; Àngels Gregori Parra, por el Instituto de Estudios Catalanes; Jorge Urrutia Gómez, por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (Crue); Miguel Losada González, por la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE); Araceli Iravedra Valea, por la Asociación Española de Críticos Literarios; Marta García Miranda, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (Fape); Ana Isabel Zamorano Rueda, por el Centro de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Uned); Javier Vela Sánchez, por el Ministerio de Cultura y Deporte, y Xaime Martínez Menéndez, autor galardonado en la convocatoria de 2019.

Fuente: Ministerio de Cultura y Deporte de España

 

Cid Fernández, Alba

Becaria-Contratada FPU

alba.cid@usc.es

Alba Cid (Ourense, 1989) es licenciada en Filología Gallega, Filología Portuguesa y Filología Románica por la Universidade de Santiago de Compostela, donde también cursó el Máster en Estudios Teóricos y Comparados de la Literatura y de la Cultura. Recibió el Premio Fin de Carreira de la Comunidad Autónoma de Galicia en 2012 y el Premio Nacional Fin de Carreira en 2013. 

Fue becaria del Servicio de Normalización Lingüística de la USC durante casi dos años, becaria de colaboración en el Departamento de Literatura Española, Teoría de la Literatura y Lingüística General del MECYD y becaria del Servicio de Publicaciones del Parlamento de Galicia. Actualmente, es beneficiaria de una bolsa-contrato FPU del Ministerio de Educación, y realiza su tesis de doctorado bajo la dirección del profesor Arturo Casas. Hasta el momento, coeditó los volúmenes Trans-fronteras Express: Reflexiones teórico-críticas sobre hibridación y emergencia cultural y literaria (2013, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela) y La  poesía actual en el espacio público (2015, Orbis Tertius). Su labor investigadora se centra en la teoría poética y la literatura gallega, enfocando especialmente la tematización de la autoría, la enunciación, la hibridación genérica y la fragmentación en la poesía contemporánea.

 Actualmente está a cargo del Centro John Rutherford de Estudios Gallegos de la Universidad de Oxford.

 

 

"Hablan los poetas". Rayo de luna, 2020 Espejo de Alicante. Con separata dedeicado a Miguel Hernández

Primer Certamen y exposión virtual de Artistas plástios de la Asociación Espejo de Alicante. 2020


Breve viografia de Martín Gaite

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Carmen Martín Gaite

{Salamanca, 1925 - Madrid, 2000}
Retrato de Carmen Martín Gaite

Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 - Madrid, 2000) fue una de las figuras más importantes de las letras hispánicas. Su éxito se respaldaba tanto en la crítica como en el público. Entre visillos, Retahílas, El cuarto de atrás son algunas de sus obras más importantes. Recibió premios de la talla del Nadal, el Nacional de Literatura, el Nacional de las Letras, o el Anagrama de Ensayo.

Carmen Martín Gaite nació en Salamanca el 8 de diciembre de 1925 Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, donde conoció a Ignacio Aldecoa y a Agustín García Calvo. En esa universidad tuvo además su primer contacto con el teatro participando como actriz en varias obras. Colaboró en varias revistas como Trabajos y Días en Salamanca y Revista Nueva en Madrid. Se trasladó a esta ciudad en 1950 y se doctoró en la Universidad de Madrid con la tesis Usos amorosos del XVIII en España. Ignacio Aldecoa, cuya obra estudiaría posteriormente, la introdujo en su círculo literario, donde conoció a Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre, Juan Benet, Medardo Fraile y Jesús Fernández Santos y Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se casó en 1954. De esta manera se incluyó en la que sería conocida como la Generación del 55 o Generación de la Posguerra.

Escribió su primer cuento, Un día de libertad, en 1953, aunque confiesa escribir desde los 8 años. Comienza su carrera literaria con El balneario obteniendo en 1955 uno de los premios literarios de mayor prestigio en España, el Café Gijón. Tres años después presenta la que sería su obra señera, Entre visillos, al Premio Nadal, ganándolo.

Escribe dos obras de teatro, el monólogo A palo seco en 1957, que fue representado en 1987, y La hermana pequeña en 1959, rescatada en 1998 por el director de teatro Angel García Moreno y estrenada el 19 de enero de 1999 en Madrid.

Durante la década de los sesenta continúa cultivando la narrativa, con obras tan importantes como La ataduras (1960) o Ritmo lento (1963), pero es en los setenta cuando vemos la versatilidad de Martín Gaite. Publica sus dos ensayos sobre el proceso contra Macanaz además de su tesis, recopila su poesía en A rachas (1976), y una de sus obras cumbre, la novela Retahílas, sale a la luz en 1974. También a esta década debemos su primera recopilación de relatos, Cuentos completos. Su faceta periodística se caracteriza por su etapa de redactora en los comienzos de Diario 16.

Su matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio duró unos años antes de acabar en separación, en los cuales tuvieron 1 hija, Marta, a quien dedicó el cuento La reina de las nieves. Falleció antes que ella.

Entre otros logros, Martín Gaite destaca por haber sido la primera mujer a la que se le concede el Premio Nacional de Literatura con El cuarto de atrás en 1978, y por haber ganado en 1994 el Premio Nacional de las Letras por el conjunto de su obra. Fue una de las personas más, y mejor, premiadas del mundo de la literatura; obtuvo el Príncipe de Asturias en 1988 compartido con el poeta gallego José Ángel Valente [1929-2000], el Premio Acebo de Honor en 1988 como reconocimiento a toda su obra, el Premio Castilla y León de las Letras en 1992, Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en 1997, Pluma de Plata del Círculo de la Escritura otorgada en junio de 1999 y cuya ceremonia fue retransmitida por videoconferencia a través de Internet, algo sin precedentes, hasta aquel momento, en el mundo literario. Con su ensayo Usos amorosos de la posguerra española recibió en 1987 el Premio Anagrama de Ensayo y el Libro de Oro de los libreros españoles. Esta obra dispara sus ventas, y desde entonces las obras de Carmen Martín Gaite están siempre entre las más vendidas en España, siendo espectacular su éxito en la Feria del libro de Madrid, donde solía ser su obra de cada temporada la más vendida de la feria.

Cultivó también la crítica literaria y la traducción destacando en autores como Gustave Flaubert [1821-1880], Rainer Maria Rilke [1875-1926] y Emily Brönte [1818-1848], colaboró, asimismo, en los guiones de series para Televisión Española Santa Teresa de Jesús (1982) y Celia (1989), serie infantil basada en los famosos cuentos de la escritora madrileña Elena Fortún (1886-1952).

Publica dos enormes éxitos de crítica y público, Lo raro es vivir en 1997 e Irse de casa en 1998, y en 1999 se publica y representa La hermana pequeña y recopila en Cuéntame, con la colaboración de la Emma Martinell Gifre, ensayos y cuentos escritos entre 1953 y 1997.

En 2000 se le diagnostica un cáncer que cerca de mes y medio después acabará con su vida el 23 de julio en una clínica de Madrid. Es enterrada en El Boalo, donde residió sus últimos años en la casa familiar y donde están enterrados sus padres y su hija.

Obras

  1. "Un día de libertad". Revista Españolajul1953, nº 2, pp. 148-159. Cuento
  2. El Balneario. Madrid: Afrodisio Aguado, 1955. Novela.
    del Premio Café Gijón 1954
  3. Entre visillos. Barcelona: Destino, 1958. Novela.
    Ganadora del XIV Premio Nadal 1957
  4. Las ataduras. Barcelona: Destino, 1960. Cuentos.
  5. Ritmo lento. Barcelona: Seix Barral, 1963. Novela.
  6. El proceso de Macanaz:Historia de un empapelamiento. Madrid: Moneda y Crédito, 1970. Ensayo.
  7. Ocho siglos de poesía gallega. Martín Gaite, Carmen (comp.) ; Ruiz Tarazona, Andrés (comp.) . Madrid: Alianza, 1972. Poesía.
  8. Usos amorosos del dieciocho en España. Madrid: Siglo XXI de España Editores S. A., 1972. Ensayo.
  9. La búsqueda de interlocutor y otras busquedas. Madrid: Nostromo, 1973. Ensayo.
  10. Retahílas. Barcelona: Destino, 1974. Novela.
  11. Macanaz, otro paciente de la Inquisición. Madrid: Taurus, S.A. de Ediciones-Grupo Santillana, 1975. Ensayo.
  12. A rachas. Madrid: Hiperión, 1976. Poesía.
  13. Fragmentos de interior. Barcelona: Destino, 1976. Novela.
  14. El conde de Guadalhorce, su época y su labor, 1977. Ensayo.
  15. Cuentos completos. Madrid: Alianza, 1978. Cuentos.
  16. El cuarto de atrás. Barcelona: Destino, 1978. Novela.
    Ganadora del Premio Nacional de Literatura 1979
  17. El castillo de las tres murallas. Barcelona: Lumen S.A., 1981. Cuento.
  18. El reinado Witiza. Barcelona: Destino, 1982. Ensayo.
  19. El cuento de nunca acabar. Madrid: Trieste, 1983. Ensayo.
  20. El pastel del diablo. Barcelona: Lumen S.A., 1985. Cuento.
  21. Dos relatos fantásticos. Barcelona: Lumen S.A., 1986. Cuentos.
  22. Desde la ventana. Madrid: Espasa Calpé, 1987. Ensayo.
  23. Usos amoros de la postguerra española. Barcelona: Anagrama, 1987. Ensayo.
    Ganadora del XV Premio Anagrama 1987
  24. Caperucita en Manhattan. Madrid: Siruela, 1990. Novela.nota
  25. Nubosidad variable. Barcelona: Anagrama, 1992. Novela.
    Finalista del Premio Nacional de Narrativa 1992
  26. Agua pasada. Barcelona: Anagrama, 1993. Ensayo.
  27. Cuentos completos y un monólogo. Barcelona: Anagrama-Destino, 1994. Cuentos.
  28. Esperando el porvenir: Homenaje a Ignacio Aldecoa. Madrid: Siruela, 1994. Ensayo.
  29. La reina de las nieves. Barcelona: Anagrama, 1994. Novela.
    Ganadora del Premio Nacional de las Letras 1994
  30. Retirada. Cuento. En: Cuentos de este siglo: 30 narradoras contemporáneas. Encinar, Ángeles (ed.) . Barcelona: Lumen S.A., 1995, pp. 81-87. Cuentos.
  31. De su ventana a la mía. Cuento. En: Madres e hijas. Freixas, Laura (ed.) . Barcelona: Anagrama, 1996. Cuentos.
  32. Lo raro es vivir. Barcelona: Anagrama, 1997. Novela.
    Finalista del Premio Fastenrath 1997
  33. Irse de casa. Barcelona: Anagrama, 1998. Novela.
  34. Cuéntame. Madrid: Espasa Calpé, 1999. Ensayo.
  35. La hermana pequeña. Barcelona: Anagrama, 1999. Teatro.
  36. Cartas de amor de la monja portuguesa Mariana Alco. Barcelona: Círculo de Lectores, 2000. Cartas.
  37. Pido la palabra. Barcelona: Anagrama, 2002. Discurso/Conferencia.
  38. Novelas I 1955–1978:Obras completas. Vol.I. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2008. Novelas.
  39. La chica de abajo . Cuento. En: Cuentos de amigas. Freixas, Laura (ed.) . Barcelona: Anagrama, 2009. Cuentos.
  40. Novelas II 1979–2000:Obras completas. Vol.II. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2009. Novela.
  41. Narrativa breve, poesía y teatro:Obras completas. Vol.III. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2010. Miscelánea.
  42. Correspondencia Martín Gaite-Juan Benet. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011. Cartas.
  43. Ensayos I:Obras completas. Vol.IV. Madrid: Espasa Calpé, 2015. Ensayos.

Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1988, Carmen Martín Gaite y José Ángel Valent

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Carmen Martín Gaite y José Ángel Valente

Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1988

Resolucion Premio de las Letras Prinicip de Asturias 1988 (Compartido)

 

Reunido en Oviedo, los días 11 y 12 de abril de 1988 el Jurado correspondiente al "Premio Príncipe de Asturias de las Letras, 1988" integrado por D. Carlos Luis Álvarez, D. Luis María Ansón, D. Manuel Arce, D. Leopoldo Calvo Sotelo, D. Rafael Conte Oroz, D. Miguel García Posada, Dª Soledad Puértolas, D. Gonzalo Torrente Ballester, D. Antonio Vilanova, presidido por D. Rafael Lapesa y actuando de secretario D. Emilio Alarcos Llorach, decide por unanimidad conceder este galardón a Dª Carmen Martín Gaite y a D. José Ángel Valente Docasar.

A la primera por su larga trayectoria y reconocidos méritos en el terreno de la narrativa española contemporánea, dentro de la cual su obra y su figura tienden un puente entre el realismo de mediados de siglo y el intimismo de la novela más actual, con especial atención a los problemas de la mujer española de todos los tiempos. 

Y al segundo, porque su poesía, en continua evolución desde el inicial latido existencial a la posterior indagación fenomenológica, es una interrogación profunda sobre el sentido del mundo, plasmada en un lenguaje denso y simbólico, de turbadora belleza, que lo ha convertido en uno de los más altos líricos españoles contemporáneos.

El Premio Príncipe de Asturias de las Letras fue concedido ayer ex aequo, en su octava edición, al poeta José Ángel Valente y a la novelista y ensayista Carmen Martín Gaite. Ambos autores, pertenecientes a la generación de los cincuenta, resultaron finalistas en la noche de anteayer, tras sucesivas votaciones de los miembros del jurado. El lenguaje de turbadora belleza, en el caso de Valente, y el realismo intimista, en el de Martín Gaite, se han señalado como méritos.

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En su exposición de motivos, el jurado destaca, en el fallo, la "larga trayectoria y reconocidos méritos" de Carmen Martín Gaite "en el terreno de la narrativa española contemporánea, dentro de la cual su obra y su figura tienden un puente entre el realismo de mediados de siglo y el intimismo de la novela más actual, con especial atención a los problemas de la mujer española de todos los tiempos".Con la concesión del galardón a Valente se premia una obra poética que, "en continua evolución desde el inicial latido existencial a la posterior indagación fenomenológica, es una interrogación profunda sobre el sentido del mundo, plasmada en un lenguaje denso y simbólico, de turbadora belleza, que lo ha convertido en uno de los más altos líricos españoles contemporáneos". El poeta José Ángel Valente nació en Orense en 1929. Estudió derecho en la universidad de Santiago de Compostela y filología románica en Madrid, donde obtuvo premio extraordinario en 1954. Durante varios años fue profesor de español en la universidad de Oxford. Posteriormente se trasladó a Ginebra, donde trabajó como profesor y como funcionario internacional (traductor) de la ONU. En la actualidad reside en Almería, dedicado a la creación literaria.

A modo de esperanza, su primer libro, obtuvo en 1954 el Premio Adonais de poesía. El segundo, Poemas a Lázaro, mereció en 1960 el Premio de la Crítica. Este galardón volvió a recibirlo Valente en 1980 con Tres lecciones de tinieblas. Otras obras suyas son La memoria y los signos, Siete representaciones, Breve son y El fulgor, algunas de las cuales recopilé en 1972 en un solo volumen, titulado Punto cero. En su obra poética se distingue una primera etapa, en la línea de los poetas profesores, como Salinas o Gerardo Diego, y una segunda, llamada poética del silencio. Es autor, asimismo, de un volumen de textos narrativos y poéticos en prosa (El fin de la edad de plata) y de varios libros de ensayos literarios, como Las palabras de la tribu y La piedra y el centro.

Estado de suspensión

En una entrevista publicada en EL PAÍS semanal el 10 de enero de 1987, Valente definía la escritura como "una especie de teoría de la ausencia". "El estado de la escritura", confesaba, "es cierta suspensión de la vida". Y añadía: "El proceso místico a mí siempre me ha interesado mucho. Creo que la cima de la creación poética española es san Juan de la Cruz".Carmen Martín Gaite nació en Salamanca en 1926. Se licenció en filología románica con premio extraordinario. En el ámbito universitario publica sus primeros poemas y se dedica al teatro como actriz. En Madrid contacta, en 1950, con el grupo de jóvenes escritores formado por Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre Rafael Sánchez Ferlosio, con el que contraería matrimonio, y otros, que tienen una decisiva influencia en su dedicación a la literatura. Hace 16 años se doctoró por la universidad de Madrid con su tesis Lenguaje y estilo amorosos en los textos del siglo XVIII español.

Como novelista, obtuvo en 1955 el Premio Café Gijón con El balneario; el Nadal, en 1958, con Entre visillos, y el Nacional de Literatura, en 1978, por El cuarto de atrás. Como narradora es autora asimismo de Ritmo lento, Retahílas, Las ataduras, El castillo de las tres murallas, Fragmentos de interior, etcétera. Su producción poética está contenida en el volumen A rachas, publicado en 1977. Como ensayista e investigadora, publicó El proceso de Macanaz, Usos amorosos del XVIII, La búsqueda del interlocutor y otras búsquedas, Desde mi ventana, Usos amorosos en la España de la posguerra, etcétera. Ha escrito guiones de cine y televisión.

El premio fue compartido en dos ocasiones anteriores: en 1982 lo obtuvieron Miguel Delibes y Gonzalo Torrente Ballester, y en 1986, Mario Vargas Llosa y Rafael Lapesa. Desde su creación ha sido concedido también a José Hierro, Juan Rulfo, Pablo García Baena, Ángel González y Camilo José Cela. En la presente edición el jurado estuvo formado por Carlos Luis Álvarez, Luis María Ansón, Manuel Arce, Leopoldo Calvo Sotelo, Rafael Conte Oroz, Miguel García Posada, Soledad Puértolas, Gonzalo Torrente Ballester, Antonio Vilanova, Rafael Lapesa y Emilio Alarcos.

 

Felipe de Borbón destacó la lección de esfuerzo, belleza y generosidad que ofrecen los premiados

Dos de los galardonados no pudieron asistir a la ceremonia 

Mario Bango|Javier Cuartas

MARIO BANGO / JAVIER CUARTAS, La ceremonia de entrega de los VIII Premios Príncipe de Asturias se conviertió ayer, una vez más, en una "lección de esfuerzo, belleza y generosidad", dicho en palabras de don Felipe de Borbón, que presidió el acto, en solitario, por segunda vez. Plácido Arango, presidente de la fundación que otorga los premios, insistió en esta idea al señalar que estos galardones son "un común amor a la inteligencia y a la creatividad". Dos de los premiados no pudieron estar presentes ayer en el teatro Campoamor, de Oviedo: Jorge de Oteiza, premio de las Artes, por enfermedad física, y el príncipe Felipe de Edimburgo, presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza, que recibirá el galardón otorgado a esta institución el próximo martes en Madrid.

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La entrega de este año ha estado salpicada de pequeñas anécdotas. Primero fue la sorprendente intervención de Carmen Martín Galte, que varió sobre la marcha el discurso que había escrito (reproducido íntegramente en la página siguiente, tal como era originalmente). Después la propia escritora y el poeta José Angel Valente recogieron su galardón cogidos de la mano. El príncipe dio paso al discurso de Oscar Arias antes de que se hubiera entrega do el último premio, el correspondiente a la Concordia, lo que produjo una situación tensa que alivió el público con un aplauso espontáneo.Formalmente, el acto de ayer fue idéntico al de ediciones anteriores. El teatro Campoamor de la capital asturiana estaba abarrotado de personalidades del mundo de la cultura, la ciencia, la política y la intelectualidad española e iberoamericana. Unas 1.500 personas fueron invitadas a esta ceremonia.

La fundación

Plácido Arango, presidente de la Fundación Principado de Asturias desde el año pasado, destacó en su intervención que "la consolidación del patrimonio de nuestra fundación (...) es un objetivo que está a punto de ser alcanzado". También se refirió a que la futura sede definitiva de la fundación ya dispone de terrenos en Oviedo, cedidos por el ayuntamiento de la ciudad.

Después intervino Carmen Martín Gaite y a continuación fueron entregados los galardones a los juristas Luis Sánchez Agesta y Luis Díez del Corral (Ciencias Sociales), los físicos Manuel Cardona y Marcos Moshinsky (Investigación Científica y Técnica), el periodista Horacio Sáenz Guerrero (Comunicación), el presidente costarricense Óscar Arias (Cooperación Iberoamericana), la novelista Carmen Martín Galte y el poeta y ensayista José Ángel Valente (Letras), el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Juan Antonio Samaranch (Deportes), el escultor Jorge de Oteiza (Artes), cuyo premio fue recogido por la profesora del departamento de Artes de la universidad de Oviedo, Soledad Álvarez, autora de una tesis sobre la obra del artista. Oteiza envió una carta manuscrita en la que explica las razones de su ausencia: "por mi salud muy quebrantada, sobre todo espiritualmente". Oteiza añade que "me permito con mi libro entregarle uno sobre la Sábana Santa de mi cuñado P. Carreño, misionero salesiano, investigador, una de las fuentes del escritor Benítez que he sabido interesa a su Alteza". "Deseo expresarle", continúa Oteiza, "el respetuoso y profundo cariño que tengo a sus maravillosos padres, Rey don Juan Carlos, Reina doña Sofía".

También se entregó el premio a la Concordia a Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN), representada por su presidente , Monkombu Swaminathan. Este premio lo comparte la UICN con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que preside el príncipe Felipe de Edimburgo, quien lo recogerá en el Palacio Real de Madrid en una ceremonia organizada expresamente para ello.

Tras la intervención de óscar Arias puso punto final al acto el Príncipe de Asturias, quien, entre otras cosas, dijo que con este acontecimiento anual "Asturias se convierte (...) en foro universal que ilumina horizontes, establece interrogantes y proporciona soluciones".

El Príncipe tuvo palabras de reconocimiento y felicitación para los premiados. Hizo una mención expresa al presidente de Costa Rica, a quien aseguró que su mensaje "no quedará en el silencio". "La vocación de España es la solidaridad con los países de Iberoamérica cuya andadura es la nuestra".

La ceremonia de entrega de los premios concluyó con la interpretación por los dos coros de la fundación del himno de la región, el Asturias, patria querida.

Estrechar lazos

Estos premios fueron creados en 1980 para estrechar los lazos del Príncipe con Asturias y favorecer el bienestar social y cultural de los asturianos. Están dotados con 2 millones de pesetas y un trofeo, reproducción de una estatua de Miró creada con este fin.

La entrega de los premios ha coincidido en esta ocasión con los primeros actos conmemorativos del 6º centenario del Principado. Don Felipe de Borbón, que ha pasado dos jornadas en Asturias antes de incorporarse a su actividad universitaria, inauguró el viernes una exposición con los retratos de 17 antecesores que han ostentado el título de Príncipes de Asturias en su condición de herederos de la Corona.

Intervención de dña. Carmen Martín Gaite

Ya que el premio que hoy nos reúne aquí lleva el nombre del Príncipe de Asturias, y aprovechando la coyuntura de que él en persona nos acompañe, me parece de cajón elegirle como interlocutor de mis palabras, hablarle directamente a él, teniendo en cuenta que ésta de la dedicatoria es una cuestión fundamental para marcar el tono y el contenido de lo que se va a decir.

Pero en este caso las cosas se complican, porque no hablo sólo en mi nombre. Mi primera perplejidad cuando me comunicaron que era yo la encargada de hilvanar este discurso nació al darme cuenta de que tal encargo da al traste con los estilos que presidieron mi educación de chica de provincias y que llevo todavía bastante arraigados porque no los he vivido como un lastre. Dado que el Premio Príncipe de Asturias de las Letras lo comparto, y muy a gusto, con un escritor de mi generación, crecido como yo en los primeros años de la postguerra, lo que sería de esperar es que hablara el chico, y la chica quedara en un discreto segundo plano sorbiendo un gin-fizz y mirándole de reojo, de acuerdo con los esquemas educativos a que me refiero y que he analizado cumplidamente en mi ensayo Usos amorosos de la postguerra española. Yo a José Ángel Valente, si nos hubiésemos conocido en alguna de las romerías de la provincia de Orense que, sin saberlo, frecuentamos por los mismos años, nunca me habría atrevido a sacarlo a bailar. Hoy lo hago, aunque un poco cohibida, obedeciendo a instancias superiores, y espero que se deje llevar por mi ritmo. Lo he ensayado tanto en casa que espero que no haya ningún pisotón.

La segunda perplejidad surgió al imaginar una situación como la presente, que se vuelve insólita -ya lo he dicho- por la condición insólita del receptor de mis palabras, o sea que estoy dirigiéndome a un Príncipe.

Me di cuenta de que, entre los modelos literarios que podían ayudarme a prefigurar un discurso de esta índole, el que me resultaba más amable y menos encorsetado era el proporcionado por algunos cuentos de hadas -que Felipe de Borbón habrá leído en su infancia, como yo los leí en la mía-, donde el príncipe es un ser humano como los demás de la fábula, con sus contradicciones, esperanzas y miedos, ansioso de ver y aprender cosas nuevas, y que en muchos tramos del relato siente como un disfraz incómodo el manto de terciopelo con que el destino le carga. En los cuentos de hadas, donde las situaciones prodigiosas están tratadas como si fueran la cosa más natural y cotidiana, un príncipe se admite que pueda dialogar de igual a igual con ermitaños, leñadores, hechiceras, animales dotados de palabra sentenciosa y caminantes desharrapados que se lanzaron al mundo en busca de aventura y no llevan en el zurrón más que una manzana y un mendrugo de pan. Esta retórica de lo maravilloso ayuda a tejer sueños capaces de sacar al niño de un mundo que a veces le resulta duro de habitar y difícil de entender, ya sea por la falta de perspectivas a que le reduce su miseria, ya sea por el aislamiento a que le condena su instalación en el jardín encantado adonde difícilmente llegan los zarpazos de la realidad más abrupta.

En su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettelheim trata de demostrar que la asidua lectura de estos cuentos no solamente proporciona placer al niño, sino que le enseña a hacerse la pregunta sobre los problemas que se le presentan a lo largo de su lenta y vacilante conversión en adulto.

Para la ocasión presente, que -como tantas otras de cariz inesperado- no me ofrece más puerto de abrigo que el retorno a los mitos de mi infancia, me ha tentado más esta retórica de convertir en llano lo maravilloso que la de atenerme a convencionalismos impuestos por el protocolo oficial. Descarto, pues, la opción de emplear la empachosa oratoria del laureado que se deshace en ditirambos sobre los inmerecidos laureles que el príncipe le otorga, y prefiero dirigirme a Felipe de Borbón, si él me lo permite, de una forma más distendida, serena y también nostálgica, como le hablaría a cualquier joven de su edad. Entre otras cosas, porque creo que le resultará más entretenido.

Él es un niño español al que he ido viendo crecer, convertirse en adolescente y acceder a estudios superiores, mientras se producían los cambios políticos, diplomáticos y económicos que han transformado la situación española a lo largo de trece años, desde que su padre fuera elegido rey. Durante ese tiempo yo, sin dejar de ser espectadora puntual de esas mudanzas y víctima de las que fueron transformando mi vida personal, he continuado aferrada tercamente, como única tabla de salvación, a mi pluma estilográfica que heredé de mi padre y llenando cuadernos con la mejor letra posible, como en mis tiempos de escolar aplicada.

Esta fidelidad a una vocación -aunque el término "vocación" esté cada día más desprestigiado- es el solo privilegio que conservo de los muchos que la vida me ha arrebatado: la fe en la palabra y en el pensamiento. Y desde ese reducto -una especie de atalaya precaria y amenazada-, me atrevo a hablar al joven Felipe de Borbón, como si le lanzara un hilo de seda muy frágil, el único de que dispongo, para que lo recoja si lo tiene a bien.

Él se va a enfrentar con una sociedad supertecnológica, dominada por las máquinas y los medios de comunicación de masas, por la prisa y la violencia, por el afán desmedido de prosperidad material, una sociedad en el seno de cuyas aceleradas mutaciones se infiltra de forma cada vez más descarada la convicción de que todo es negociable y de que no obedecer más que al logos, como nos enseño Platón, es atenerse a una conducta anticuada y que no trae cuenta. Y sin embargo, yo solamente puedo aceptar el honor que hoy se me concede si lo considero un premio a mi perseverancia en esa conducta, por denostada que esté, la que se rige por la obediencia al logos, o sea la palabra. Y no me refiero solamente a la dada, sino también a la recibida.

Quien tiene pasión por la palabra y está abierto a ella recibe, tanto de los libros que ha leído como de las conversaciones que ha escuchado, un continuo acicate que le puede tentar a escribir, una especie de savia que le entra por todos los poros y lo encarrila hacia una expresión más eficaz y cuidadosa. Y en este sentido, aunque no pueda decir de forma diáfana cómo hemos aprendido a escribir, sí sabemos que ese misterioso aprendizaje, que se inició en la infancia, siempre se ha visto fomentado por los textos o discursos que nos proponían preguntas que por lo menos nos suministraban infalibles respuestas. ¿Para qué se escribe? Se escribe para lanzar al aire nuevas preguntas, para interrumpir los asertos ajenos, para tratar de entender mejor lo que no está tan claro como dicen. Para distanciarse de la realidad, mirarla como un espectador y convencerse de que nada es lo que parece. Un escritor, aunque haya vislumbrado la inconsistencia de su aportación personal e incluso el aumento de caos que puede suponer, escribe a pesar de todo. ¿Por qué? Porque cree que lo que él va a decir no lo ha dicho nadie todavía desde ese punto de vista. Puede tomarse como un vicio, como una arrogancia o como una defensa, que de todo tendrá.

Pero en cualquier caso, de acuerdo con la famosa frase de Unamuno "creer es crear", me parece que el de la escritura es fundamentalmente un asunto relacionado con la fe, no con el medro ni el negocio.

Y precisamente por ahí derivan las contradicciones de su aprendizaje. Porque, si bien es cierto que cuando nos iniciamos en su ejercicio tenemos mucha menos destreza en el "oficio", la fe y el entusiasmo suelen ser mucho mayores en la primera edad, cuando se inicia la aventura. A medida que van pasando los años y el escritor consigue un mayor o menor reconocimiento por parte del público, se ve forzado a confesarse muchas veces que la fe de los comienzos se le ha venido abajo, y que todo consiste en recuperarla, en revivirla. Si no lo consigue, corre el peligro de estarse metiendo por unos raíles demasiado cómodos, que le van a amortiguar cualquier sobresalto. Y en el fondo de su ser no es eso lo que busca ni lo que quiere.

El de la escritura es un aprendizaje que nunca se cierra,  sino que se está renovando y poniendo en cuestión cada vez que nos vemos frente a un papel en blanco. Un carpintero que ha construido una mesa sólida puede estar relativamente seguro de que ya ha aprendido a hacer mesas, pero a un escritor nadie le garantiza que, porque ha escrito un libro, el próximo que escriba tenga que ser mejor ni tan siquiera bueno.

Es verdad que, una vez alcanzada cierta etapa de su carrera, al escritor pueden ayudarle y servirle de ánimo las opiniones de los demás sobre el resultado de su obra. Pero no debe caer en el halagüeño espejismo de justificar y dar por bueno, en nombre de lo que hizo, todo lo que haga en adelante.

Quienes consideran el oficio de escribir como un camino donde las flores crecen por generación espontánea suelen encarecer la suerte que supone desempeñar un trabajo donde no tenemos por encima de nosotros a nadie que nos mande. Y eso efectivamente es verdad. Si no escribimos no pasa nada grave ni nadie nos riñe ni nos va a echar de la oficina. Pero también es verdad que no se trata de un negocio espectacular sino de una inversión lenta, que bien podría llevar por lema aquella máxima del Eclesiastés: "Echa tu pan a las aguas, que después de mucho tiempo, lo hallarás".

La tarea del escritor es una aventura solitaria y conlleva todos los titubeos, incertidumbres y sorpresas propios de cualquier aventura emprendida con entusiasmo. Pero en un mundo donde se huye cada vez más de la soledad, el escritor desconcierta como un nadador contra corriente, y de todas partes surgen brazos que le quieren anexionar a un determinado grupo y hacerle esclavo de sus normas y de sus reglas. Contra este peligro, no le queda al disidente más remedio que seguir aguantando en su reducto, a partir de cero, invocando aquella fe juvenil de la que hablaba.

Nadie lo ha dicho de forma más emocionante que Teresa de Jesús, cuya escritura ejemplifica ese camino emprendido partiendo de cero y cuya exploración pone en cuestión y en juego la propia vida. Para acometer esa tarea, que a ella se le planteaba como un combate, es menester según sus propias palabras:

"Una grande y determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el mundo".

Ningún mensaje resumiría mejor que éste de la santa cuya festividad celebramos hoy, lo que yo le deseo al Príncipe en los umbrales de un mundo donde las vocaciones están supeditadas al negocio y donde empieza a valer todo, como en el rugby: que no pierda ni la fe en la palabra ni la determinada determinación.

Para Carmiña, que nos enseñó a contar, Lara Hermoso

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Para Carmiña, que nos enseñó a contar

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Carmen Martín Gaite, 1984. Fotografía: Quim Llenas / Getty.

Era la hija del notario de la plaza de los Bandos de Salamanca. Una cría morena y flacucha a la que en casa llamaban cariñosamente Carmiña. Su hermana mayor, Ana María, era la compañera infatigable de todos sus juegos y aventuras. De la mano atravesaron la adolescencia, vivida en la asfixiante España de la posguerra. Y juntas cumplieron el trámite que toda hija de familia bien debía pasar: el de la puesta de largo. Una accidentada puesta de largo. Ese momento entre cómico y tierno en el que a su hermana se le rompió el tacón y besó el suelo lo rescató la ya escritora Carmen Martín Gaite en la dedicatoria de su primera novela larga, Entre visillos:

Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano.

La mujer que acuñó la frase «mientras dure la vida, sigamos con el cuento» construyó el cuento de su propia biografía a través de las dedicatorias de sus libros. Sus poemas, novelas o ensayos constituyen una de las obras cumbres de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, pero fue en esas pequeñas píldoras al inicio de cada volumen donde enhebró los claroscuros de su existencia.

Carmiña escribió Entre visillos a escondidas de su marido para presentarlo al mismo premio que él había ganado dos años antes. Y aquella historia, en la que narra cómo es la vida de las chicas de provincias, se alzó con el Nadal en 1957. Su marido era Rafael Sánchez Ferlosio y lo había conocido una década atrás, cuando llegó a la capital con una licenciatura en Filosofía y Letras bajo el brazo dispuesta a hacer el doctorado. El reencuentro con un viejo amigo de sus tiempos en la Universidad de Salamanca, Ignacio Aldecoa, cambió su destino. Aldecoa introdujo a Carmiña en los círculos literarios de aquel Madrid gris. Le presentó a Medardo Fraile, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre… y Sánchez Ferlosio. Un grupo de enfermos de la literatura más interesados por los cafés y las tertulias que por las aulas. Envenenaron a Martín Gaite, que abandonó todos sus planes académicos para volcar sus esfuerzos en la escritura: «Lo único que sé hacer en la vida», diría muchos años después en una entrevista.

Su obra literaria creció al compás de su propia familia. Se casó con Ferlosio el 14 de octubre de 1953 y un año después nació su primer hijo, Miguel. Un bebé que no llegó a cumplir los siete meses. La meningitis se lo arrebató de los brazos y fue la primera vez que Carmiña comprendió que en la vida la felicidad era algo efímero. Dos años después apareció otro relámpago de dicha con la llegada de su hija Marta, a la que bautizaron con el apelativo de la Torci. Convivían entonces la madre y esposa con la escritora. Había ganado el Nadal, el Premio Café Gijón, fue finalista del Biblioteca Breve, pero en las solapas de los libros seguía siendo la mujer de Rafael Sánchez Ferlosio. Ella, que escribía a mano y a la que le gustaba frecuentar bibliotecas, trabajaba en los ratos libres que le dejaban sus obligaciones familiares. «Cuando Marta se duerme a las ocho estoy tan agotada que no puedo leer ni escribir», anotó en uno de sus cuadernos.

Sánchez Ferlosio la había introducido en la cultura italiana, la ayudó a depurar su estilo, la volvió más exigente consigo misma. Era un genio que vivía de noche y dormía de día. Se enfrascaba en largas disertaciones, estudiaba la gramática de forma enfermiza. Y, aunque fue el gran amor de su vida, su excentricidad acabó con el matrimonio en 1970.  Martín Gaite jamás habló en público de aquella ruptura, pero tres años después apareció publicado Usos amorosos del XVIII en España. Y en la dedicatoria, Ferlosio:

Para Rafael, que me enseñó a habitar la soledad y a no ser una señora.

Tras la separación Carmen se volcó en la literatura. En los años siguientes fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa por El cuarto de atrás, presentó al fin el doctorado y comenzó a dar clase en Estados Unidos. Durante aquel periodo también estrechó lazos con su hija. Había sido ella quien en un cumpleaños le había regalado el primero de sus cuadernos de todo. Blocs en los que Calila —como la llamaba Marta— dibujaba, escribía ideas, anotaba documentación para futuros libros y en los que de vez en cuando aparece alguna referencia personal: «La Torci, después de irse Millás, estuvo hablando conmigo de sus sospechas detectivescas y del signo de Géminis hasta las siete de la mañana. Fue una noche en blanco, totalmente aprovechada y feliz». La Torci fue también la protagonista de la dedicatoria de Retahílas:

Para Marta y sus amigos (Máximo, Elisabeth, Juan Carlos, Alicia, Pablo), siempre turnándose, al quite de mis horas muertas.

Marta se hizo mayor y Calila le enseñó a ser libre. Estudió Filología Inglesa, tradujo varias novelas y se enroló en Nostromo, la aventura editorial montada por Diego Lara, Juan Antonio Molina Foix y Mauricio D’Ors donde ejercía de «secretaria-chica-para-todo», en palabras de su madre. La Torci también colaboró con sus padres en las correcciones de algunos libros mientras vivía inmersa en la vorágine de la movida madrileña. Aquel jolgorio permanente en el que la heroína era una invitada más en todas las fiestas. Una apisonadora que terminó arrollándola. Marta Sánchez Martín murió con veintinueve años víctima del sida. Aquel 8 de abril de 1985 la oscuridad invadió a Calila: se encerró en su casa de El Boalo, puso un cartel y no permitió entrar a nadie. Solo salió de allí para poner rumbo a América y volver a dar clases en Barnard College. Fue Nueva York la medicina con la que trató de cortar la hemorragia desatada tras la muerte de su hija. La literatura fue su refugio. Le concedieron —junto al poeta José Angel Valente— el Príncipe de Asturias de las Letras, pero en su pensamiento la protagonista de todos los cuentos seguía siendo otra princesa. En 1990 publicó Caperucita en Manhattan,un libro ilustrado:

Para Juan Carlos Eguillor, por la respiración boca a boca que nos insufló a Caperucita y a mí, perdidas en Manhattan, a finales de aquel verano horrible.

Caperucita es Sara Allen. Una niña de diez años residente en Brooklyn cuyo mayor deseo es sortear todos los obstáculos y llegar hasta Manhattan con una tarta de fresa para su abuela. Una historia de iniciación sobre los peligros a los que hay que hacer frente, la historia que Martín Gaite escribió para tratar de comprender a su hija. Allen es un trasunto de la propia Marta, el recuerdo de que a veces hay que pagar un precio muy alto por alcanzar la libertad. No es casual que Miss Lunatic le dé a Caperucita un papel con una cita del filósofo Pico della Mirandola: «No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que fueras libre y soberano artífice de ti mismo, de acuerdo con tu designio».  Un destino fatal que Calila nunca superó y que la empujó a convertir a su hija en la interlocutora de su obra. La dedicatoria de Nubosidad variable estremece:

Para el alma que ella dejó de guardia permanente, / como una lucecita encendida, / en mi casa, en mi mente, / y en el nombre por el que me llamaba.

Carmiña siguió dialogando con Marta a través de la ficción. Tratóde zafarse de la tristeza inventando otras vidas. Las novelas Lo raro es vivir e Irse de casa le regalaron el reconocimiento del público. En la Feria del Libro se formaban largas colas para intentar conseguir una firma de la escritora bohemia, la que lucía llamativas boinas. Y entonces apareció el cáncer.

Carmen Martín Gaite murió en el 2000 abrazada al manuscrito de su última novela, la inconclusa Los parentescos. Concretamente a un capítulo titulado La raya invisible. Una raya que ella había cruzado quince años antes. Cuando falleció la Torci, le había dicho a su hermana Anita: «¿Te das cuenta de que nuestra vida se ha acabado?».

ACERCA DE VALENTE, por José Manuel Caballero Bonald

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ACERCA DE VALENTE

Entre la veintena de libros de cuya relectura me ocupo desde hace años figura el primer volumen de las 'Obras completas' de José Ángel Valente (Galaxia Gutenberg, 2006), donde se recogen todos sus libros de poesía publicados. Releer a Valente es una actividad que indemniza de no pocas lecciones deficientes. En efecto, su poesía siempre tiene algo de remuneradora, de avecindada en una situación límite a partir de la cual sólo hay un silencio poblado de compensaciones sensitivas. Pienso que Valente fue decantando libro a libro su propia tradición. Se valió para ello de un censo de saberes universales que fue adecuando metódicamente a su empresa poética. Todo un arduo proceso de exclusiones y apropiaciones, una lúcida tarea selectiva conducente a esa última independencia que lo mantuvo como enemistado con su propia inclusión en la historia lineal de la literatura. Basta revisar su 'Diario anónimo' (2011) para corroborar hasta qué punto el poeta rechazó toda adherencia de cánones preestablecidos e hizo de la reflexión intelectual y del oficio de lector un sistema impecable para la formulación de sus propias ideas estéticas. Algo de todo eso quedó consignado ejemplarmente en sus ensayos, reunidos sobre todo en'Las palabras de la tribu' (1971), 'La piedra y el centro' (1982) y 'Variaciones sobre el pájaro y la red' (1991). Los paulatinos despojamientos de la obra de Valente, las deliberadas pérdidas ornamentales, la palabra reducida paso a paso a su más iluminadora desnudez, la perplejidad cognoscitiva generada por la propia estructura poética, pueden ser otros tantos aparejos formales de una poesía que se ha ido identificando con su difícil tendencia a la esencialidad. La evolución fue desde luego tan coherente como sistemática: de la palabra explícita, informadora, a la palabra elusiva; de la lógica verbal al hermetismo regenerativo de un lenguaje que se reinventa a sí mismo. "La poesía lleva el lenguaje a una situación extrema", diría el propio poeta. En esa misma esfera de la lucidez teórica de Valente, hay que referirse a su alianza con la poética del silencio, por supuesto que en su más sutil afirmación de que el texto escrito genera unos significados que permanecen a veces en silencio y conectan de pronto con nuevas percepciones sensibles. Es lícito aceptar que lo que el poeta dice vale tanto como lo que no dice. Pero ese no decir en poesía, como ocurre en la música, puede contener -contiene de hecho- una expresividad particularmente intensa. Es el espacio en blanco, el punto cero de la locución. "Toda palabra poética ha de dejar al lenguaje en punto cero, en el punto de la indeterminación mínima, de la infinita libertad", afirmaría alguna vez el poeta. Es posible que ese texto tácitamente verbalizado, esa especie de libre sugerencia conceptual, sea realmente uno de las más notorias constantes semióticas de la poesía de Valente. De una poesía que se asoma a veces a una sima donde la razón más que una facultad que valga como método indagatorio, es ya reemplazada por la percepción inmanente de lo oculto: lo que Octavio Paz llamaba "la visión de la no-visión" y define en muy buena medida lo que puede tener de visionario el acto poético. La impregnación mística, esa extrema apelación a una plenitud no necesariamente vinculada a la divinidad, concuerda con la idea de que la poesía permite acceder a unas nociones previamente desconocidas, sólo descubiertas por una expresa conjunción verbal. Desde su excelente prólogo a la 'Guía espiritual' de Miguel de Molinos a sus sondeos extraordinariamente develadores en la poesía de Juan de la Cruz, Valente va a otorgar a la indagación interior un sentido creativo esencial. Una heterodoxia reflexiva que conecta, aparte de con la mística cristiana, con los sufís musulmanes y el budismo zen, es decir, con ciertos referentes ultrasensibles del conocimiento: algo asociado de algún modo a la práctica de "la contemplación del muro". Creo que por ahí habría que buscar uno de los ingredientes básicos de la última fase poética de Valente, aquella en que la interiorización llega a la hermética linde del silencio, al secreto no decir, a la "visión mental" de la experiencia mística, al "entender no entendido" de Juan de la Cruz. Cualquier estorbo retórico queda desplazado por la limpieza de los significantes verbales. A partir de ahí, se llega a un territorio simbólico donde la poesía también incumbe taxativamente a una "situación extrema" del lenguaje, a la plenitud de los límites. / 

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD

 

Valente siempre

  • La 'Poesía completa' (con numerosos inéditos), 'Palais de Justice' (su ácido recuerdo sobre el proceso de divorcio de su primera mujer) y 'Valente vital (Ginebra, Saboya, París)' dan fe de la pervivencia del autor de 'No amanece el cantor'.

  • Su radicalidad literaria, su carrera poética en solitario, su vida en el extranjero, sus ensayos, sus traducciones... le hacen necesario.

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En los primeros versos del primer poema del primer libro, José Ángel Valente comentaba que allí estaba su mandorla, la esencia diáfana y profunda de su creación: "Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre".

Valente (Orense, 1929-Ginebra, 2000) surcó muy pronto una aventura poética solitaria, exigente, llevada al límite. Tensó la palabra hasta el desnudo. "Mientras pueda decir/ no moriré./ Mientras empañe el hálito/ las palabras escritas en la noche/ no moriré./ (...) No moriré/ ni tú conmigo".

La edición de las poesías completas, y con jugosos inéditos que felizmente ha recuperado Andrés Sánchez Robayna, su albacea literario, subraya la vigencia (y necesidad) de la voz estilizada (como esas esculturas de Giacometti) de quien sostenía: "Sólo se es escritor cuando tienes una relación carnal con las palabras".

El poeta de 'Al dios del lugar', 'No amanece el cantor', 'Tres lecciones de tinieblas' y 'Mandorla' sostenía que hay que escribir "'pericolosamente', afrontar el riesgo. Cuando ya no veas a nadie, cuando estés solo, tienes que seguir corriendo". ¿Y el miedo, el pavor ante el abismo, dónde, cómo vivir la soledad, en la soledad? "Claro que hay miedo a escribir solo. Caminemos y defendámonos juntos, dicen los mediocres". Esto nos confesaba tres años antes de morir, atravesado el cuerpo por un cáncer, en Ginebra. Y abrió un encuentro en la Universidad de Barcelona en 1992 con una cita muy significativa del 'Canto espiritual' de San Juan de la Cruz en la que se dice que hay que "satisfacerse en lo que no entendieres". "En lo que ya entiendes", declaraba Valente días después en un encuentro con la revista 'El ciervo', "no hay aventura ninguna".

Y sobre 'Canto espiritual' -pero vale el ejemplo para otros libros- el escritor sostenía: "No terminas nunca de leer ese poema, es el típico poema lleno de apariciones y una vez que lo has leído, y que lo has visto y que has escrito sobre él, lo vuelves a leer otra vez y vuelves a tener la misma impresión. Esa impresión que tienes de que no sabemos aún lo que dice, porque la palabra poética es una palabra que queda diciendo, que te dice cosas que tú las incorporas y esa palabra todavía no ha agotado su decir, tiene una especie de decir interminable. Hablo de la gran poesía, que es la única que merece la pena. Recuerdo que cuando era adolescente leí una carta de Hölderlin, cuando empezó a imitar a Klopstock, y le reprochaban este tipo de imitación; el escribió muy joven: 'Hay que seguir el vuelo de los grandes o morir'".

Murió ya algo Valente antes de morir definitivamente. Cuando su hijo Antonio falleció, también en Ginebra. De esa sombra que le acompañaría siempre surgió'Paisaje con pájaros amarillos', segunda parte de No amanece el cantor y estas palabras: "Soy débil. No sé dónde apoyarme. Vacío está de todo ser el aire. No estás. No estoy. Qué giratorio cuerpo el de la nada". Una amargura que le descuadernó: "Para cuán poco nos sirvió vivir. Qué corto el tiempo que tuvimos para saber que éramos el mismo. Mientras el pájaro sutil de aire incuba tus cenizas, apenas en el límite soy un tenue reborde de inexistente sombra".

Otro trago amargo lo soportó en el proceso de divorcio de su primera mujer. Aquella experiencia la hizo palabra y la tituló'Palais de Justice' y que Galaxia Gutenberg publicó hace sólo unos meses -y tras la muerte de Emilia Palomo-, un texto que intentó fuera báculo donde apoyar el dolor. "El presidente de la Sala C del Tribunal de Primera Instancia tenía un tiempo moroso. Oía con detenimiento (...) Estuvo amable, delicado, contigo, cuando la parte adversa hizo que te leyeran los castigos previstos por la Ley para penalizar el falso testimonio (...) Hasta qué punto, pienso, toda una vida puede aniquilarse a sí misma, convertirse en rencor, en persecución".

También en 'No amanece el cantor' podemos encontrar textos de una desolación deslumbrante: "Y tú ¿de qué lado de mi cuerpo estabas, alma, que no me socorrías?".

Amor y traducciones

Pero el goce también fue parte, y muy destacada, en su poesía. El poema que le dedicó a Coral [Gutiérrez] en 'Fragmentos de un libro futuro' (1991-2000) lo refleja meridianamente: "Al norte/ de la línea de sombras/ donde todo hace agua,/ rompientes/ en que el mar océano/ se engendra o se deshace,/ y el naufragio inminente todavía/ no se ha consumado, ciegamente/ te amo".

Mas su espectro fue amplio. Por ejemplo, ese poema, que tanto le gustaba a Calvert Casey, que en principio podría resultar algo ajeno a su galaxia, 'Maquiavelo en San Casciano' (del libro 'La memoria y los signos'): está basado en la carta que el político italiano envió a un amigo desde el confinamiento en un pueblo lejos de Florencia.

Y faceta no menos relevante en su quehacer fueron las traducciones. Desde sus atalayas de Oxford, Ginebra y París alertó y ofreció versiones de voces apenas conocidas o poco valoradas, como Edmond Jabès. Desde el exilio llegaban sus versiones de Paul Celan, Hölderlin y Cavafis. De John Donne, John Keats, Dylan Thomas y Eugenio Montale.

Y el reconocimiento hacia autores que no ofrecen concesiones, como Lezama Lima, a quien conoció en La Habana. O Blas de Otero. O Miguel de Molinos. Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Stephen Spender y Auden. Y Eliot.

Andrés Sánchez Robayna cita a Eliot (y a Rilke y a Montale) cuando le pido tres conceptos que sean fundamento en su trayectoria: "El primero, su europeísmo. Fue un gran lector, desde que tenía 20 años, de Eliot. Y de Rilke, y de Montale". Segundo: "su radicalidad. Fue siempre a las raíces. Por ejemplo en el caso de Luis Cernuda. Se interesó mucho por él, pero no lo imitó: bebió en sus fuentes, en el romanticismo inglés, en la metafísica británica, mientras otros le imitaban".

"Y su modernidad. Valente estaba muy comprometido con la transgresión, con la literatura como indagación. Con el viaje al interior de las palabras, la interioridad de las palabras", agrega Andrés Sánchez Robayna.

- Elija un libro.

- Muy difícil, pero el que significó un punto de inflexión fue 'Material memoria'. A partir de él se hizo más radical.

- Por qué cree que perdurará.

- Porque fue muy lejos. La gente joven lo está leyendo y mucho. Y se van a cumplir muy pronto los 15 años de su muerte [el próximo 18 de julio].

Y Sánchez Robayna destaca una faceta, quizá no tan valorada como la de poeta: "Sus ensayos. Fue un gran poeta pero también un gran crítico. Claudio Rodríguez era un gran poeta pero no un crítico. Era un pensador muy profundo".

Otra de las inquietudes de Valente fue el arte. Y de ello da buena cuenta el encuentro que mantuvo con Antoni Tàpies (en el taller del pintor en el otoño de 1995) y que se recogió en 'Comunicación en el muro'. Valga este mínimo fragmento:

A. Tàpies.- Es algo que me ha interesado desde muy joven: no describir la nada, que es imposible, pero sí encontrar un mecanismo que por lo menos la sugiera al espectador. Es lo que intento hacer cada día, mi máxima aspiración artística.

J. A. Valente.- Tú has escrito: "Un día trataré de llegar directamente al silencio". Justamente ese silencio sería la nada, el lugar de la materia interiorizada.

Y para cerrar el círculo, hay que destacar 'Valente vital (Ginebra, Saboya, París)', recién publicado por la Universidad de Santiago de Compostela y que dirige (como la cátedra Valente en esa universidad) Claudio Rodríguez Fer. De su conocimiento de la obra del poeta que nos ocupa da fe este volumen, faro por la vida, lecturas, cartas, encuentros, viajes de Valente desde 1958, en que viaja a Ginebra procedente de Oxford, hasta su muerte.

La muerte le llegó tras haber contraído un cáncer 10 años antes. Entonces decidió poner en marcha Fragmentos de un libro futuro, libro abierto que sólo cerraría su propio final. La última anotación está fechada el 25 de mayo de 2000. Es un haiku. Quizá traducido. Puede que juegue con el pájaro de San Juan de la Cruz -"la cima de la poesía en castellano", para Valente-, aquel que "se va a lo más alto, que no sufre compañía, que pone el pico al aire, que no tiene determinado color» y «que canta suavemente", en palabras de Juan de Yepes. Quizá.Puede que fuera así, mas éste fue su último suspiro:

Cima del canto.

El ruiseñor y tú

ya sois lo mismo.

(Último texto de Valente escrito dos meses antes de morir).

 

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Feliz Navidad 2020 desde Alicante. Familia Ramón Palmeral

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